26 febrero 2012

¿Y PARA QUÉ EXPOSICIONES? EL COMISARIADO EN TIEMPOS DE PENURIA

Para hablar de comisariado y crisis, comisariado y penuria, para referirnos a la pertinencia de las exposiciones, vamos a realizar una exposición durante el tiempo que dure nuestro encuentro. Se tratará de comisariar una exposición a través de una lectura. Se trata de leer una exposición a través de un comisariado. Una charla que sea un comisariado sobre el tema de su precariedad en el capitalismo: una exposición. Porque una exposición es lo que hacen los comisarios. El comisario da a ver la obra del artista y establece lecturas de unas obras a otras. Transformado en público, lo que pretende enseñar una exposición es el posicionamiento de un comisario que reúne una serie de obras para mostrarlas.

Puede que el tema de nuestra exposición sea cómo comisariar en estos tiempos, pero adelantamos que en consecuencia, igual que una casa o un libro -decía Baudelaire- son tantos metros de alto por tantos de ancho, a un comisariado le sucede otro tanto. Puede que un comisario opte por aquellos puntos de vista conocidos: un modelo historiográfico, el plan poético, la sobriedad conceptual y archivística, dando mucha importancia a la implicación del público masivo, existen las exposiciones para todas las edades, aquellas directamente publicitarias, bien sea de la política, de la empresa o de la banca, el encargo antológico, el descuido accidental, la exposición rebelde, el comisariado naturalista, el realista, el indignado, el sociológico, aquellas vinculadas a lo que se denomina exposición de tesis, las de cacharros, con instalaciones, las originadas por Obrist, las de fotografía que, como decía un trabajador del Reina Sofía, no eran ni foto ni España, las de Borja Villel, etc. Del mismo modo, reiterar que ofrecer una conferencia que hable de exposiciones en un máster universitario debe ser la oportunidad de mostrar una exposición de un comisariado. Eso sí, de una manera colectiva y temporal. Como vemos, el comisariado tiene ante sí una tarea imposible de cerrar porque de lo que trata es de enseñar obras de arte. ¿Qué quiere decir que una obra de arte se muestra y enseña? Robert Smithson apuntó en una conocida exposición convertida en conferencia titulada Hotel Palenque que la ruina era el alma secreta de las construcciones. Como que nos constituye una precariedad definitoria y entonces debemos hacernos cargo de la situación. Esta carga o encargo es lo que suele hacer comisarios.

De entrada, decir que a un comisario se le ha de pedir como mínimo que sepa escribir. Más que nada para que logre explicar su propuesta. No se trata de realizar sesudos estudios para argumentar porqué ha mezclado a unos artistas o unas obras con unos filósofos que han abandonado la filosofía, unos sociólogos que no quieren serlo más o un artista que ha decidido empeñarse en hacer otras cosas, que también. El comisario se mantiene en un espacio como se dice intersticial y de su carácter también depende la exposición. No se trataría de convertirlo ni en un marchante, ni en director de un museo, ni en crítico de arte porque lo más probable sea el caso contrario. Que sea un coleccionista que posibilite una exposición, que sea director porque realice exposiciones o que traslade unas ideas a un lugar expositivo. Hay que tener en cuenta que las formas y modos de las exposiciones deben ser múltiples. Se puede hacer un comisariado en una revista, en un catálogo, en la calle, en una galería, en una institución, en un parque o en la Puerta del Sol. Dicho sea de paso, esa exposición de indignados ha formado parte de un evento que mantiene curiosas correspondencias con lo que es un comisariado: un lugar específico de irritación. En primer lugar, planeado desde la precariedad, lo más probable es que eso limite sus intenciones para que sean realmente efectivas. No podemos negar que parece haber sido preparado por Thomas Hirschhorn. Una reunión es un lugar donde hablan voces diferentes, o mejor dicho, la voz suena diferente. Por ejemplo, una exposición del mismo artista puede variar notablemente dependiendo del comisario. No es lo mismo realizarlo en Madrid que en Barcelona, Sevilla, Vigo, Gijón, Valencia o Bilbao. No quiere decir ni mejor, ni peor, sino diferente. En todos los lados, no hay las mismas cosas, a pesar del posmodernismo. Luego, está el caso de las exposiciones en el exterior.

El caso es que nadie sabe qué pasa con una exposición cuando lo que queda es el desmantelamiento. Hacer, como en el caso de hoy, una exposición sobre la marcha, sabiendo que es algo que pertenece más al tiempo que al espacio, para que una exposición en definitiva pueda ser portátil, más que itinerante. Sabemos que hubo una exposición donde todo el mundo estaba invitado, con tal de que lo que presentara cupiera por una puerta. Hubo alguna que no mostraba nada, estaba vacía o sólo había una luz. Pero resulta que los artistas son productores de arte. Redundancia heideggeriana que hace llevar el arte a un espacio determinado, vinculado a una poética del objeto y a la arquitectura que lo resguarda. El caso del comisario frente a su producción ha de ser la defensa de los mismos. Sería absurdo hacer una exposición de cachivaches sin invitar a participar a sus maestros. O una exposición que hablara de la situación crítica de la actualidad. Destinada a hacernos olvidar el factor político del arte, podemos incluir también a varios grafiteros y a pintar carteles. O se puede hacer algo más sencillo, con un solo artista que trate de contarnos a qué se dedica. Se han realizado exposiciones con un presupuesto que no debía superar los 6 euros. Precio que cuenta la leyenda presupuestó un importante artista premiado por su larga trayectoria para realizar una exposición de su trabajo y que fue razón suficiente para desestimarla. El caso es que lo que un comisario debería plantear es un estilo y una defensa de ideas que no han de ser demasiado rebuscadas.

En ese sentido, no se trataría de utilizar al artista como un mero ilustrador de sus ideas. Este tipo de exposición más o menos académica suele aburrir, si no va acompañada de una reflexión que no sea simplemente la narración de un crítico, sino que aporte otras lecturas, claves hermenéuticas, colaboración con otros especialistas, etc. Un comisario que pretenda recoger el espíritu de su tiempo. En definitiva, más tópicos que muestran la crisis del comisario precario y que constituye el peligroso lugar que no sólo acucia a alguien que quiera dedicarse bien al arte, bien al comisariado. Si el artista perfecto no existe, el comisario de exposiciones perfecto tampoco. Si la exposición perfecta no existe, menos un comisario perfecto. Porque, ¿de dónde viene esta palabra para referirse a un organizador de exposiciones? ¿Es aceptable traducir por curator o curador? Porque, ¿de qué estamos enfermos? La definición dice que es aquella “persona que recibe de otra o de una entidad o institución poder y facultad para llevar a cabo alguna labor o participar en alguna actividad con total responsabilidad”. O sea, el famoso encargo. Sabemos que la palabra proviene de “curar”, en este caso, relacionado con el comisario que cumple su función con la selección de obras de arte, su interpretación, el transporte y los seguros, el mantenimiento, el presupuesto, la publicidad, los textos, las entrevistas, los medios de comunicación. Cualquier cosa en definitiva que esté relacionada con la producción de arte. Quizá en España nos hemos quedado más en la acepción policial con la denominación “comisario”. Quizá “curador” sea, hablando en latín, más apropiada, a pesar del trasvase anglosajón. Pero es cierto que en “comisario” aparecen otros sentidos importantes como la comisión y, lo que más nos interesa, la co-misión, un grupo reunido ante un tema que decide exponer a través de un proyecto de comisariado una apuesta propia. En este caso, podemos entrever que la penuria que hoy nos convoca debe eludir caer en el victimismo.

Digamos que decir “exposición” es arriesgarse a través de un medio que no es solo lo que se muestra. Puede ser una elección temática, un proyecto con obras del mismo color, con obras que no excedan unas medidas apropiadas, la selección de un artista de sus artistas favoritos, la exposición que trata temas políticos, etc. El caso es que todos estos temas pueden estar también vacilando entre sus ganas de aparecer y la reacción del espectador. Al final, cualquier proyecto de comisariado está destinado a su prueba pública y eso no quiere decir que porque estemos en crisis, necesitemos grandes presupuestos para realizar un proyecto digno. ¿Qué podría valorarse de una exposición ideal? No se trata realmente de una cuestión económica puesto que hay que adaptarse a una situación concreta. Es cuestión de sentido práctico. Estamos hablando de apostar por la creación de un comisariado, que es algo que no se ciñe solamente a la preparación de una exposición, paradójicamente. Puede haber comisariado sin obras, ni siquiera precisaría una sala. Al igual que una obra de arte, un proyecto expositivo no se agota en su materialidad.

Porque, ¿de qué está hecha una exposición? ¿Para qué construir exposiciones? ¿Por qué exposiciones en tiempos de penuria? El relato construido por un comisario suele ser la pista para comprender en dónde estamos. Seguramente, gran parte de las exposiciones institucionales -que suelen ser la mayoría-, corresponden a un espíritu propagandístico o publicitario. Más raro es que existan lugares o espacios donde con independencia de estos asuntos se pueda acudir. Hasta puede ocurrir el caso de que ni siquiera se conozca lo que se propone y vaya como una crítica al espacio que lo permite. En estos tiempos de crisis, decir exposición y crisis es hablar de lo mismo. Y todo es permisible. Pero, en estos tiempos, abunda la producción artística, además, acudir a una feria es provechoso y sus datos muestran siempre una ascensión económica. Ocurre lo mismo en la Puerta del Sol donde conviven la crisis y la emergencia de hombres anunciando que compran oro. Esta frase enigmática, “compro oro”, resuena cuando uno se adentra en la actuación del comisariado sobre la realidad. Si realizar una exposición puede dar con problemas externos a lo que es propiamente una obra de arte, o no. Porque eso significa que hacer la experiencia de la política en el arte ha servido al menos para mostrar eso mismo: es preferible optar por la independencia. Siempre se dice: “comisario independiente”. Es difícil pretender moverse en términos exultantes de la libertad, la subjetividad o la neutralidad. Es complicado creer que hay independencia cuando la realidad viene a ser otra. Uno bien puede ser independiente y trabajar para una institución. Uno puede ser dependiente y no trabajar para una institución.

Esta es otra característica de la relación del comisariado y la penuria. A veces se trata de apostar por el ingenio y no estar siempre dependiendo del presupuesto para hacer algo. Se puede abrir un blog y realizar proyectos de comisariado porque todo está abierto. Es cuestión de imaginación. Y este es el problema que acucia a un comisario joven, similar al caso cotidiano del artista. Entonces, ¿de qué depende un comisario a la hora de realizar un proyecto? Como en todo, de su compromiso con la tarea. Porque se viene diciendo que la tarea del comisario de exposiciones corresponde al ámbito de la cultura. Pero, estrictamente, nada más alejado de lo agrario que una exposición. Una exposición no es debidamente un huerto. Si acaso, debería tratar de explorar en el presente, si eso puede decirse, pero comprenderlo desde ese sentido de lo cultural significa que estamos todavía en una idea poco relacionada con la civilización, entendida como un espacio de lo urbano. El campo parece corresponder al trabajo del artista, pero cuando se expone, hemos salido del estudio para enseñar lo que hace. Entonces, el campo de la exposición se aleja del factor naturalista. A pesar del land art o cualquier práctica relacionada con el paisaje, una exposición no es botánica, aunque verse sobre plantas, redes digitales o net art, esa gran olvidada en estos tiempos de velocidad e ingravidez. Es como cuando se dice, “exposición al aire libre”, expresión que habría que mantener en cuarentena –palabra que bien valdría para hablar del periodo de exposición de la obra de arte-, pero que puede indicar el tiempo medio que suele durar una exposición.

Y lo que es cierto es que si las sociedades actuales sobreviven en crisis, así ocurre isomórficamente con la situación del comisario. Así, suele considerarse que su papel es ser un nexo, un facilitador o esa extraña descripción, “gestor cultural”, con una aspiración naturalista y en algún modo casi genetista, haciendo nacer o brotar proyectos que amplíen el sentido de la libertad en la sociedad. Seamos más cautos. El comisario no es sólo un nexo, un administrador o un pontífice entre la sociedad, el sistema de poder y el resultado exhibido. El comisario debe ser además otras cosas porque si se queda en las relaciones sociales poco provecho va a sacar de los contenidos que se ofrecen. Hay que tener cuidado con esas proyecciones. Entonces, digamos lo contrario. No es solo un nexo porque no siempre su función es unir, sino provocar interrupciones. No siempre es un facilitador porque su papel no está vinculado a un mercado, en este caso, del arte. No es un gestor únicamente porque su función debe ir más allá de la planificación y el buen desarrollo de un proyecto. Además, la palabra cultura, o su homóloga, civilización, sabemos que ha conducido a la barbarie y a la crisis propia del desequilibrio económico. Es cuestión de especulación, no debe sorprender que la palabra tenga dos sentidos aparentemente distanciados. Pensar es, al fin y al cabo, sopesar. Que la civilización se fundamente en la crisis y en su penuria es un claro ejemplo mediterráneo, de donde en buena medida provienen las artes: Grecia, Italia, España. Lo civilizado configura una manera de aparecer. Cuando lo artístico aparece en una exposición, no lo hace en el mismo sentido que lo haría mientras se está construyendo. Esa dilatación posibilita que el arte durante la posmodernidad haya alcanzado el grado de decoración. Y una exposición, si bien depende de lo que la conforme, ha de tener en cuenta que precisamente en estos tiempos de crisis, también avance considerablemente el valor y el precio del arte.

Pero aquí no estamos hablando realmente del comisariado internacional, ni de la importancia que ha cobrado el comisario como figura que ha dejado el soterramiento. No es el caso del cine de autor. El poder del comisario del cual estamos hablando es, como decimos, independiente en un sentido limitado. Pero de lo que debiera huirse es de considerar que una práctica adocenada por unos libros sea lo único que hubiera que tenerse en cuenta a la hora de ser un comisario. Lo mismo ocurre en el caso del crítico. Mucho menos, ser un decorador de interiores. Un comisario debería huir de esa distinción que pareciera llevarle a ser una especie de mesías. Uno es comisario porque hace exposiciones. Uno es crítico porque publica textos con una opinión sobre el arte o la realidad. A pesar de que una exposición sea como un texto, en el sentido de trama que leer, no solo ha de transmitir una antología de nombres ilustres, ni basar su conceptualismo partiendo de citas que solo provienen de una ruina intelectual. Los tiempos ya ni corren y en esa detención aparece un fenómeno interesante con relación a las artes y a la expresión en general, a todo aquello que se exterioriza. A mayor nihilismo, mayor fabricación de imágenes: una saturación que, como se ha subrayado, conduce a la iconoclasia. ¿Qué quiere decir que el arte pueda ser iconoclasta? Sin duda, que existe una investigación de las imágenes. Por eso la gente debe estar conectada. Se trata de hacernos a nosotros mismos, es la vieja historia de la búsqueda de la identidad. El caso es que cuando no hay original del cual echar mano, estamos en una situación complicada. Deleuze avisaba que había que detener la máquina de interpretación, porque si no tendríamos que seguir encerrados en el signo.

Pero la obra de arte, además, es otra cosa. Se sabe que es símbolo, máquina de pensar o de autosatisfacerse, melopea extraordinaria o cualquier otra cosa. Este carácter moderno que llevó a crear exposiciones donde lo que primaba era ver al artista en su cocinilla, ha sido un factor importante para presentar lo que se dice una chapuza, esto es, una obra mal hecha que además es una estafa. A veces, se malinterpreta el arte actual como si se tratara de objetos o ideas plasmadas por cualquier medio de este manera. Pero el arte actual debe tener algún sentido. Un comisario entonces vemos que ha de lidiar con muchos aspectos paradójicos, más en estos tiempos de sobresaturación de todo, menos de exposiciones de arte actual, por así decir, memorables. Porque no se trata de presentar imágenes o de acudir a la última bienal internacional para estar al tanto de lo que se hace en el exterior. Cualquiera que confíe en su criterio sabe lo que le interesa encontrar en una exposición. Y ahí comienza la decepción. No sabemos hasta qué punto un arte que se declare neutro o comercial o tratando de buscar en las relaciones con la historia, es necesario.

No estamos abogando por una cancelación de las imágenes. El problema de la iconoclasia no corresponde a una prohibición de presentación, sino de representación. Y parece que en el caso de España ha habido una fuerte orientación a dejar pasar a un cierto tipo de arte, con la exclusión de apuestas más arriesgadas o, como se dice, de arte de corte conceptual. A pesar de que no querer caer ni en el malditismo, ni en el narcisismo, es preciso que uno sepa cómo puede hacer algo para presentarlo. No es caer en el tópico amargado de considerar que al no haber presupuesto, no se puede llevar a cabo un proyecto. Es cuestión de adaptación. Otra cosa es si la pretensión ha de conducir a formar parte del exiguo plantel institucional de comisarios. Por ejemplo, desde la pretenciosa estética relacional de Nicholas Bourriaud se apuesta por considerar que un comisario deba recrear su función como si estuviera creando un escenario, haciendo un decorado, un estudio de filmación o lo más desubicado, una sala de documentación o interpretación. Grave error que corresponde claramente a una visión espacial de lo expositivo vinculado a su lado más espectacular, vistoso y viscoso. ¿El arte actual precisa de formatos actuales? ¿Se puede hacer arte en el presente? Y exposiciones, ¿de qué sirven si el arte vive la misma crisis que la sociedad? Porque no se trata ya de una falta educativa, sino pedagógica. A pesar de que en los últimos tiempos se hayan organizado distintos seminarios sobre el comisariado –por ejemplo en el MUSAC, Matadero o recientemente organizado por el IAC-, es de agradecer que existan este tipo de másters, al menos para mostrar desde la óptica de cada uno de los ponentes, alguna idea sobre la experiencia del comisariado.

Como sabemos, la figura del comisario ha pasado a ser considerada por distintas fases. Ha sido un gurú tipo Szeemann, un renovador heterodoxo como Obrist, etc. Y todos han pasado por distintas experiencias relacionadas también con el tipo de artistas que defendían. Porque un comisario, además de toda esa figuración cultural que acaba por volverse inexistente y acrítica, es, entre otras cosas que tienen que ver con la preparación de una exposición, alguien con alguna idea de lo que significa el presente del arte, si eso puede decirse. No en el sentido de que no hablemos de exposiciones retrospectivas, históricas, antológicas, etc., sino en el sentido que debemos tomar para conocer algo tan evanescente como lo actual. El postmodernismo también ha sido engullido por la industria cultural y aún hay quien sigue negando la positividad del arte desde el siglo XX. Qué curioso que si en el siglo anterior creció exponencialmente el arte con la experiencia de la violencia y la guerra, comenzáramos con la caída de las Torres Gemelas una suerte de vuelo al vacío del arte, con el incremento y transformación del arte en el mercado del arte. Pero de lo que estamos tratando de hablar ahora es de la relación entre el comisariado y la penuria, de su prevista intempestividad. En primer lugar, habría que considerar si es posible presentar actualmente algo de arte. A pesar de que se crea en que toda exposición contenga “arte”, la realidad es que la presencia de la actualidad está en un entredós volátil. No es tan fácil hacer lo que se dice un retrato de la actualidad porque forma parte de una ficción que no siempre es arte. Esta es una pretensión de lo moderno, tratar de alcanzar ese presente estancado. Casi, como el instante arbóreo de Antonio López, quien hace pocos días reconocía que “el arte español es un arte muy difícil porque no es nada complaciente. Es el más difícil y el más alejado de lo establecido como arte: algo amable que puede adornar la vida de las personas. Es un acto de fe de algo que a veces te puede incomodar o asustar. Es lo más parecido al arte moderno en ese sentido. Puede ser bonito o feo pero busca la verdad”.

Como vemos, el comisario no está para aclarar las obsesiones del artista, ni es una especie de voz de la conciencia, ni debe practicar con artistas una especie de psicoanálisis -nunca mejor dicho- de salón. El comisario debe prever, sopesar, reunir, rechazar, incluir, cuidar, imaginar, realizar. Esto bien pudiera servir para definirlo, es un realizador, alguien que consigue llevar a cabo una exposición. ¿Cuál es entonces el futuro que espera a un proyecto expositivo? ¿Cuándo comienza una exposición? Quizá de una manera pragmática, en un mero apunte, como casi todo. Pero después, habrá problemas que resolver. Por tanto, a un comisario se le debe pedir resolución, responsabilidad, pero en ningún caso puede interpretarse como si fuera una especie de meteorólogo que explique a través del arte, la ciencia o cualquier otra disciplina que pueda traerse a una exposición, lo que es el presente. El arte es cosa del pasado y de lo pasado. Sin necesidad de ponernos en plan hegeliano, debemos admitir que el problema del comisario está en convertir en presente la ruina del arte.

Pero, ¿por qué el arte parece ser cosa de ruinas y ruina? Quizá si el espacio del arte fuera una cuestión de fuerzas y campo pudiera comprenderse cuál es el lugar del arte en la actualidad. Esa acción que conduce a llevar el arte -que es lo propiamente activo- a enseñarse es lo mismo que lleva a realizar una exposición que apueste tanto por encontrar nuevos modos de decir lo viejo, como para aportar algo más que un objeto. Las apariciones del arte, a través de las obras, no son propiamente ni la pintura, ni la escultura, ni el video, ni la fotografía, ni la imagen, ni lo que señala una imagen, ni la reunión de imágenes, ni el reconocimiento del espectador. Necesitamos nuevas maneras para mostrar un arte nuevo. Pero, repetimos, ¿es posible un arte nuevo? Se trataría de repensar el comisariado como si se tratara de un esfuerzo común, dirigido a establecer que haya artistas que puedan ser conocidos, proyectos que puedan llevarse a cabo, limitarse a ofrecer alguna idea válida. Se trata de crear espacios que se muestren como arte, pero de una manera que no lleve a creer que porque exista un marco, debamos estar ante arte. Se trataría de pensar en lo público y en el público, sin saber si el arte es realmente cosa pública o privada.

Se ha hablado también de activismo curatorial, de exposiciones que muestren lo moderno del pensamiento, pero suele ocurrir que en esos esfuerzos por parecer cool o acorde a los tiempos, lo que se constata es que nos volvemos hacia unos cuantos referentes tipo Warburg o Benjamin, que no hemos leído del todo, pero que vienen bien para realizar amontonamientos sobre imágenes, objetos o cuestiones de arte. Al comisario o curador de exposiciones que pretenda realizar proyectos expositivos, le sucede lo mismo que a los artistas. Solamente, señalar que si la historia del arte recibe desde la óptica del artista o la crítica muy distintas versiones, la historia del comisariado permanece en una nebulosa, más en el caso español. Si el arte es cosa de fantasmas, el comisario parece ser fantasma de sí mismo. No se le ve, pero se le siente. Y si el arte se ha considerado como una manera de memoria documental, archivística, etc., ¿qué sucede con la historia de las exposiciones? De otra manera, ¿qué sucede en España, donde la aparición de críticos podría posibilitar que una exposición fuera una defensa de un determinado arte con relación a las propias exposiciones? Pues que el tiempo de exposición aparece también como un tiempo de crisis.

Es cuestión de señalar la relación que mantiene el comisario con el desobramiento propio de una exposición. Que genere un espacio donde las obras puedan volver a presentarse como una oportunidad de fallo. Que promueva que una serie de actuaciones de artistas puedan soportar el discurso que les llevó hasta ahí. Decimos ahí porque el arte parece retener esa idea que lleva a pensar que no sepamos con rotundidad dónde se encuentra, se enclava o se muestra. Esta cuestión extraña para el espectador que encuentra el lugar impreciso del arte en una exposición puede dar pie, ofreciendo la imagen gradivosa de aquello que, a pesar de nuestro esfuerzo, reclama un vacío proveniente de una falta de sentido que será probablemente el espacio separado del arte. Contribuir con una mirada o con una idea o una emoción al entendimiento del arte es difícil, cuando el arte es prueba de su propio vaciamiento. Sería observar cómo el ojo se vacía lentamente, dando paso a una ceguera que Paul de Man vinculó a la comprensión estética. El arte no es solo cosa de mirada, ni ya de imagen, salvo de lo que está pasando cuando nos hemos ido. Una exposición no ha de ser como un mecanismo que se pusiera en marcha cuando pasamos el umbral de lo artístico. Quizá un paseo sea la prueba de que el arte no está únicamente en esos lugares. Una situación parecida le ocurrió al poeta César Vallejo al dejar el museo del Louvre. Se encontró a un amigo en el umbral que le preguntó hacia dónde se dirigía y éste le contestó, saliendo a la calle: “al museo del Louvre”.

Por otra parte, debemos cuestionar que todo arte sea instalación. Si una exposición debe mostrar el estilo de un comisario, el proyecto corresponde a todos los implicados. Así, proponemos que el comisario que cura haya devenido enfermo. Esta es la penuria que acucia a las exposiciones: saber que a pesar de que el esfuerzo no sea en vano, nuevas puertas se abren y se cierran. Es una interpretación del arte que debiera hacerse desde una sencillez, en el sentido de que no tiene porqué ser el encuentro de unos cachivaches, ni un descubrimiento residual. Es así cuando el comisario realiza una lectura desde la conservación y la conversación. No ha de sorprender que estas dos palabras se den cita para explicar tradicionalmente su labor. El problema consiste en saber si el arte aún puede leerse y escribirse. Si así fuera, no debemos dejar escapar la oportunidad para aprehender también el sentido que tiene la lectura y la escritura en la comprensión del arte. Si estas dos actividades luchan por encontrar sentido, se verán afectadas notablemente por su propio vaciamiento.

Consentir en ofrecer varias obras de arte, a pesar de que sean obra de un solo artista o varios, reclama que el curador se enfrente literalmente con lo que hoy significa el arte. Este es el tema que planteamos: el comisario como lector o el curador como escritor. Y si el arte refleja algo es al espectador. Como decimos, se ha criticado a veces que el comisario sea además crítico. Pero si su apoyo a unos artistas o a unas obras le convierte en un espectador de primera mano, por así decir, es seguro que si una exposición tiene al menos un interés estilístico o un carácter de autor, a pesar del problema que esta palabra encierra, se debe al atrevimiento. Porque no se puede sostener una idea y no configurarla, es necesario que existan los curadores. Pongamos que un comisario se ofrezca desde la propia crisis. No se trataría de evitar que muestre sus preferencias o que hubiera de mantener un discurso melifluo. Un comisario debe apostar por aquello que crea más conveniente y esto llevaría a hablar de si es posible que una obra muestre algo y no más bien la nada. Entonces, ¿para qué exposiciones en tiempos de penuria? ¿Para qué comisarios en estos tiempos nada cómodos? ¿Se trataría de apostar por estar todo el tiempo pensando en que la crisis modifica el hecho de que ahora no se pueda comisariar? Estrictamente, no.

Deberíamos buscar otras formas que remarquen la importancia de que la obra del artista se exponga. Esta es la labor del comisario: mostrar a artistas, más que obras, con una intención conceptual que al menos sea capaz de llegar a marcar las paradojas de la realidad. Es precisamente tarea crítica. La crítica de arte no debería separarse del espacio del comisariado. Como no sabemos tampoco a qué viene esa crítica a la crítica, cuando en la actualidad se considera que su papel ha sido relegado a espacios poco visibles. Como en España ocurren cosas que en el mercado internacional serían impensables, y esto no es propiamente negativo, pues así al papel del comisario le corresponde un espacio distinto, sin ser una especie de manager o dealer de la cosa artística. Aquí dudamos que haya habido comisarios estrella capaces de convertirse en los verdaderos agentes del arte. Parafraseando a Lacan, ¿alguien ha visto un comisario, una comisaria? ¿Alguien ha visto una exposición? Realmente el espacio de las artes no ha estado siempre pendiente de lo visual, como si una obra de arte fuera un espejo donde recogerse.

La obra de arte, a pesar de su carácter autónomo, de su conversión en fetiche, de su transformación en dinero, no deja de ser un símbolo de su propia caducidad, de su dificultad para que su interpretación no se quede solo en una materialidad. Tampoco se trataría de continuar en conceptos como lo sublime, la belleza, lo divino o la plasmación de un espíritu elevado a través de un fragmento de arte. El arte ya es suficientemente ese fragmento. Como vemos, el espacio del arte que estamos tratando de exponer quiere rehuir solo de su carácter imaginal, crítico, político, subjetivo, para intentar saber qué ha de hacer un comisario cuando cree estar en el arte. La posición del comisario ha de lidiar en su tiempo con los problemas tanto sociales como intelectuales que configuran nuestra relación con la otredad. La obra de arte es exactamente esa muestra de que, a pesar de la crisis, aún es posible el relato de su propio fin.

Como decía aquel, siempre habrá alguien que se ocupe de hacer arte con la propia muerte del arte. Aunque tampoco estemos seguros de que cuando el arte muera, alguien esté para pintarlo. Si lo que provoca una exposición es sorpresa acompañada de pena, estamos ante una decepción. Aún no nadamos en la penuria, pero andamos bastante cerca: el fracaso no ha de subirse tampoco a la cabeza. Porque en lugar de pensar en la necesidad de exposiciones cuando el comisario vive esta penuria de la actualidad, mostremos la necesidad de comisariados distintos y diferentes, cuando las exposiciones parecen sobrellevar su propia ruina.

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