26 febrero 2012

Asier Mendizábal y el enigma de la ideología




¿Qué interpretación ha de realizar un espectador ante una exposición que suele calificarse como críptica, simbólica o incomprensible, conduciendo a una acción hermenéutica que lea lo que parece mostrarse como enigmático? Son cuestiones de representación que configuran el interés principal de Asier Mendizábal en toda su trayectoria. Se trataría de encontrar en aquellas técnicas propias de los medios de comunicación de masas como los libros o las fotografías de prensa, una irónica escultura social. Se ha subrayado la inserción de elementos importantes como la presencia de un cine realizado, según Godard, políticamente. También, los posters de los grupos de música o una transcripción al dibujo o a la fotografía del mundo de la cultura y de un folklore ocultado. Se trata, en último caso, de mantener una cierta escritura de arte en relación a su situación política, tanto en el espacio de la ciudad, como en el lugar del campo. Es decir, una reflexión artística que profundiza en las tensiones existentes entre la civilización y la cultura, desde una perspectiva que parte de la intersección de la formación de los pueblos y la efectividad del arte actual desde presupuestos que tratan de conciliar el espacio simbólico con una abstracción política. Pero los límites de la cultura y los límites de la civilización no suelen ser del todo compatibles. Una interpretación puede concluir que desde el arte se realice la prueba de que el enigma permanece sin descifrar. Es precisamente la dificultad de situar en la estructura social el lugar que corresponde al artista, conduciendo a adoptar una actitud política del sujeto como tal. Ese montaje de presupuestos es lo que suele hacer constatar algunas de las invenciones, por ejemplo, que están bajo el poder del nacionalismo como forma de vida. En esa creación de identidad, Asier Mendizábal muestra sus ideas acerca de la noción de paisaje simbólico y de la representación de sus códigos de lectura. Quiere decir que su obra puede parecer enigmática porque no se comprende bien la correspondencia entre unas imágenes de pueblos en un valle, unos tablones que han sido la base del escenario durante un concierto de rock o una moqueta formalista negra de la cual sobresalen unas figuras hexagonales de color rojo, acompañados de carteles pintados de películas de Costa Gavras o Pontecorvo, una fotografía de un monumento donde coinciden Marx y Lenin y otras imágenes de espectáculos vinculados a una especie de carnaval nacionalista, entre la celebración y las manifestación pública.

Uno de los problemas que plantea la obra de Asier Mendizábal es revelar una cierta ambigüedad, quedando lastrado de algún modo por una imaginería nacionalista que no se atreve a aparecer con rotundidad. Se trataría de constatar que si hemos pasado por el abismo final de las ideologías, desde su trabajo puede observarse un cierto aprendizaje de los recursos utilizados por los mejores componentes de un arte vasco político que fue perfectamente asimilado por el mercado del arte, como Oteiza, Txomin Badiola, Ibon Aramberri o Jon Mikel Euba, pero aparentemente distanciado de otras corrientes en apariencia más despreocupadas de la militancia política, entregadas a realizar lecturas de lo que sea el arte actual desde una perspectiva histórica, como la que representarían Juan Luis Moraza o Sergio Prego.

Este montaje es lo que seguramente hace que la obra de Asier Mendizábal parezca tan enigmática cuando es en realidad una apuesta formal por llevar al arte la construcción, no sólo de la identidad, sino de la fuerza de las ideologías. Una cuestión de arte político que descansa en un perverso juego de artefactos dirigidos a construir una imagen dialéctica desde una estética aparentemente oscura. ¿Puede pensarse en que esa aparición de elementos nacionalistas vascos esté orientada hacia el mundo del arte o más bien es la representación de un grupo que construye su identidad partiendo de una invención común a todas estas ideologías? Entonces, debemos preguntarnos las razones que llevan a que en todos los textos teóricos dedicados a Asier Mendizábal se eluda sistemáticamente hablar de la importancia política que cobra en su trayectoria esta problemática ideológica. Se prefiere optar por un discurso preferentemente neutro que muestre las relaciones que hubiera en su trabajo afín al cine del grupo Medevkin, al punk reivindicativo y cínico de The Clash o a otras manifestaciones populares donde lo que importa es la creación de una identidad aceptable popularmente. Y lo que habita detrás de estas obras es el hallazgo de la propia constitución del artista como productor de subjetividad. 

Podría interpretarse que la presencia de símbolos, logotipos, posters o fotogramas reclame una lectura que llegue a deconstruir de algún modo la estructura que sostiene el arte en la actualidad, pero ¿se construye algo desde la apariencia enigmática? ¿Podemos ofrecer una solución a lo que no puede resolverse por medios formalistas? En realidad, la retórica del enigma que acompaña a la obra de Asier Mendizábal puede comprenderse desde términos heideggerianos. Se trata de la práctica de la instalación en su sentido estructural (Gestell), cuando lo que se presenta es realmente algo fabricado con una técnica característica, la disposición de un enigma que nunca podrá ser develado porque precisamente está constituido como una plétora de significación oculta. El fracaso de la emancipación de la modernidad conduce al descubrimiento de las raíces que sustentan el ruinoso edificio de las ideologías.

En ese umbral entre lo social y lo político, lo universal y lo local o en la construcción de subjetividad en el seno de las masas, aparece la lectura que propone de manera oscura su obra. Son los textos en apariencia desligados, avanzando ciertas señales y códigos para ser configurados como un escrito. En esa dirección, no se trataría de establecer un sentido interpretativo único, sino posibilitar que entre los elementos civilizados y los síntomas culturales aparezca una retórica enigmática, apenas una historia bien localizada a través de documentos que muestran que la ficción es también una nueva reconstrucción ideológica que acabará dando cuenta de que la obra de arte está configurada como algo por venir, nunca terminado finalmente, a través de la lectura infinita del espectador y del propio artista.

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