26 febrero 2012

De la melancólica apariencia del fantasma. Una aproximación a la escena de Linarejos Moreno.





Su imaginación es un teatro en ruinas, un siniestro trapecio de loros y cuervos.
Carta a las Videntes, ANDRÉ BRETON



De magas, máquinas y fantasmas

Como señala Frances A. Yates siguiendo a Erwin Panofsky, la relación entre lo que se ha llamado la filosofía oculta y la melancolía posee una larga tradición en la historia del arte. Desde la teoría de los humores hasta la psicología galénica, la relación entre los hechos del macrocosmos y el microcosmos se encuentran en algún lugar extraño como el que acoge a la figura enigmática de la melancolía, cuya imagen más representativa es el grabado de Durero titulado Melencolia I, inspirado en la descripción que hiciera el mago, cabalista y hechicero Cornelio Agrippa en De occulta philosophia (1533)[1]. La imagen es suficientemente conocida. Como corresponde a lo atrabiliario, el melancólico posee un rostro oscuro y ceniciento, pero ¿por qué terminó asociándose su tristeza a lo intelectual? ¿Por qué esa aparición de la geometría en una suma gnoseológica basada en una armonía imposible? ¿Qué tiene que ver la tristeza con el genio? Si la teoría tópica del genio era patrimonio de filósofos, matemáticos, héroes o poetas, la teoría platónica del furor nos lleva a pensar que tras todo el esfuerzo del deseo sobreviene la vivencia de lo acabado. Panofsky, en el clásico Saturno y la Melancolía, lo vincula a la frustración del genio inspirado, pero Yates viene a criticar esa interpretación porque aduce que deja fuera la influencia poderosa de una magia saturnal propia del geómetra[2]. Por otro lado, será el tiempo donde prosigue la persecución de hechiceros y brujas. La actividad de unas mujeres que buscan en los filtros y las soluciones simbólicas, ayudadas de presagios y fórmulas mágicas, es contraria a la armónica posición de un Dios arquitecto, a pesar de que esa actividad no sea más que un procedimiento que vaticina la cercanía a un mundo poético y melancólico. Coincidiendo con el abandono del Renacimiento astral por un modelo mecanicista donde se empieza a desarrollar una nueva relación con la naturaleza, es el siglo XVII el lugar donde se descubre un nuevo cuerpo humano ligado a la máquina. Fue cuando Descartes consideró en 1623 que debía hacerse presente, volviendo a París con el objeto de que sus amigos no creyeran que era un fantasma, algo que pasa, cerca, invisiblemente[3].


Como asumir a veces la forma de mis imágenes

Linarejos Moreno se sirve de esta apariencia fantasmal para dirigirnos hacia la coexistencia de una multiplicidad individual donde aparece un grupo de mujeres vestidas de negro y enmascaradas. Ese fantasma de la muerte, similar a la mujer que muestra Maya Deren en Meshes in the afternoon[4], posee en su caso una apariencia extraña. Son figuras femeninas alegóricas porque desaparecen en la realidad inhóspita del abandono industrial del presente y son simbólicas porque buscan en el sentimiento oculto la propia identidad. También va a configurar una imagen donde un grupo de autómatas se reúne para celebrar un entierro. Esta extrañeza conduce a una visibilidad taumatúrgica de la ruina asociada al poder mágico de los chamanes. El secreto de su padecimiento proviene precisamente del ocultamiento críptico. La cueva descubierta puede ser la ruina de un muro, la desaparición de espacios como la mina, el enmascaramiento en el interior de unas celdas. Este encierro es similar a la escena donde Maya Deren ubica a una mujer –protagonizada por ella misma- en el interior de una habitación cuyo contacto con el exterior corresponde a la superficie de una ventana. Al entrar en el espacio del sueño, después de un duermevela agónico e intimista, se entrecruzan visiones y recuerdos, deseos y hechos, vigilancia y coreografía, en una cadencia vinculada a una escena de la memoria. La protección propia de estas guardianas invierte el sentido duchampiano de los moldes málicos. Si en el Gran Vidrio parecen velar por una virgen metamórfica, en el caso de las imágenes de Linarejos Moreno aparecen bajo un aspecto ceremonial y mortuorio. Si en los ritos los chamanes detentan el poder de proteger contra los malos espíritus, sirviendo como guardianes de un cementerio entre la vida y la muerte, en estos espacios industriales se adivina la transformación y la mediación del desastre. Este es el sentido de la palabra médium y su filiación a la musa y a la memoria. Es la promesa de una verdad y una falsedad desligadas, es la inscripción del movimiento en el autómata. Son figuras que muestran un dolor contenido sin caer en un patetismo artificioso y su apariencia melancólica y fantasmal cabe relacionarla con la construcción de un espacio íntimo. Como señaló Deleuze, el fantasma posee tres características[5]. Es un acontecimiento donde la situación del yo es la presencia del propio fantasma como si de un autómata siniestro se tratara. Se trata de que la comparecencia del fantasma libere las singularidades impersonales que nos encierran. El fantasma es un fenómeno de paso y pasional donde se termina por descubrir que la alteridad corresponde a una multiplicación temporal y patética. Es una organización de lo exterior y lo interior, manteniéndose en un lugar paralelo y teatral donde la escena termina por convocar al asombro y al sentimiento. Una pesantez donde sólo queda esperar a que sea revocado el umbral entre el sueño y la realidad mediante una máquina poética particular, una máquina deseante e inconsciente gobernada por unas mujeres que posan como imagen de una tristeza cuya razón se ignora. A pesar de intuir el sentido castrante de estas mujeres melancólicas, el fantasma es un fenómeno de superficies, ventanas y cristales[6].


De máquinas y autómatas compulsivos

Como señala Gadamer, la figura del artista corresponde a esta vivencia del mito a través del temor y la compasión, sabiendo que tras la ruina queda aún la promesa de construir[7]. El artista deviene entonces como un autómata o marioneta gobernado por unos hilos desconocidos, ignorando qué le mueve: “Es la mirada inquietante de la máscara, que sólo consiste en volverse hacia fuera, superficie sin nada detrás, y por ello, expresión entera; la rigidez de la muñeca, sujeta por los hilos y, sin embargo, danzando; es la extrañeza de todo eso lo que nos espanta en la comodidad de nuestra autoafirmación burguesa y juega incluso con la realidad segura”[8]. En Linarejos Moreno se encuentran estos intereses comunes: el enmascaramiento, una coreografía trágica y la vivencia de un extrañamiento proyectado en lugares abandonados o en ruinas. Como decíamos, las mujeres de Maya Deren velan -si vale hablar así de su proliferación de subjetividades-, a través de un rostro enmascarado, por la seducción de un sueño repetitivo. Como autómatas que han perdido su movimiento, las mujeres muestran un patetismo porque tratan de encontrar el secreto que les activa, una máquina compulsiva y soltera que se da movimiento perpetuo[9]. La situación en una escena cinematográfica que remite a la tradición en la historia del arte donde aparecen mujeres en duelo, contribuye a que en estas imágenes se aprecie un interés por la formalidad y el barroquismo provocado por la escenificación de la muerte en lugares industriales ruinosos. El aprovechamiento de la estética funcional inevitablemente está unido a la referencia a la máquina duchampiana. Si el artista es un médium capaz de darse movimiento en espacios imaginarios y míticos, donde la causa del patetismo es haber descubierto en la celebración de la muerte una manera de fijar el instante, es porque la aparición del fantasma convoca una nueva visión del espacio donde se desarrolla una narratividad cinematográfica donde las figuras se esfuman enigmáticamente[10]. Como afirma Picabia, “el Arte no tiene más que dos dimensiones: la altura y la anchura; la tercera dimensión es el movimiento –la vida- y está representada por la evolución del arte, es el brazo del operador rodando la película en el cine”[11].

La escena cinematográfica del duelo

Linarejos Moreno al titular su última exposición In the country of last things –como el título homónimo de la novela de Paul Auster- ha vinculado explícitamente sus imágenes a la literatura y al cine. Probablemente, ha sido Fredic Jameson en sus estudios sobre cine realista ruso quien mejor ha vinculado la diferencia entre la representación literaria y su traducción a una imagen en movimiento, subrayando la diferencia que existe entre ambas y las aportaciones de Alexander Sokurov y Andrei Tarkovsky como descubridores de un cine donde la lentitud cobra una importancia central[12]. Como el científico que va dejando ciertos resultados y raras fórmulas mágicas, enigmas escritos en el interior de unas paredes devastadas, Linarejos Moreno vincula su trabajo a la película Stalker (1978) de Andrei Tarkovsky, basada en la novela de los hermanos Arkady y Boris Strugatsky titulada en inglés Roadside Picnic (1972). En ella, Tarkovsky nos introduce en una zona que no respeta los límites físicos de una ciudad y donde, al otro lado, tras la pista del detritus, encontramos la amenaza y el peligro. Es la escenificación del fin tecnológico y militar de la protección y del desecho, ahí donde la extinción es inevitable, como en la casa en llamas que culmina en su otra película Offret (Sacrificio, 1986). Esta proyección del desastre es semejante a la ciudad paralela donde vamos depositando nuestra ficción imaginaria, ahí donde vuelve a descansar lo perdido y lo olvidado. Es la escenificación de Alain Resnais en El año pasado en Marienbad o en Hiroshima, mon amour[13], donde a pesar del estado de guardia, las mujeres se muestran vigilantes. Esa incorporación de la materia es la destrucción del propio sujeto proyectada en una multiplicidad que cosifica. La piedra, el sueño, la mirada de Orfeo, es la amenaza de la representación de la muerte. La relación entre el sueño y la piedra como metáfora baudeleriana es la presentación de una imaginación que hace materia del cuerpo. Una memoria protegida por las guardianas que Linarejos Moreno ha reunido en torno a la secreta muerte de la máquina del deseo.



[1] Como avisa la autora, Durero debió conocer el primer manuscrito de la obra de Agrippa que data de 1510 ya que circulaba una versión donde se podía leer: “Este humor melancholicus tiene tal potencia que dicen que atrae a nuestro cuerpo a ciertos demonios, por cuya presencia y actividad los hombres caen en éxtasis y revelan muchas cosas maravillosas… Esto sucede de tres maneras diferentes en correspondencia con la triple capacidad del alma, es decir, la imaginación (imaginatio), la razón (ratio) y la mente (mens)”, YATES, Frances A., La filosofía oculta en la época isabelina, trad. Roberto Gómez Ciriza, FCE, 2001, p. 97.
[2] Como afirma Panofsky, Durero acostumbraba a regalar a sus amigos una copia de Melencolia I acompañada de su opuesto, un retrato en el estudio de San Jerónimo. Ambas imágenes son paralelas. Si en la primera se distingue en el espacio abierto una figura femenina triste, en la segunda, el espacio de la celda del escritor es cerrada, un hombre observa iluminado. Si en el caso del primer grabado, los objetos y símbolos aparecen sin una disposición, contrasta el orden exacto del segundo.
[3] Precisamente, se nombraba Los Invisibles a los adeptos a las enseñanzas de los Rosacruces, considerados por Descartes como impostores. No podían comunicarse con la gente y viceversa, salvo –como escribe Baillet en la Vie de Monsieur Descartes- de una manera imperceptible. En esos años, coincidiendo con la vuelta de Descartes, aparecen en París avisos buscando adeptos a la logia. V. FRANCES A. YATES, El iluminismo rosacruz, trad. Roberto Gómez Ciriza, FCE, 1981.
[4] La filmografía de Maya Deren como cineasta de vanguardia es breve. Debido a los problemas derivados del consumo de anfetaminas, a los cuarenta y cuatro años sufre una hemorragia cerebral y muere. Maya Deren colaboró junto a Marcel Duchamp en su primera película titulada Witch’s Cradle (1943), donde aparecía el artista moviéndose ante la cámara, pero finalmente quedó inacabada. Sus principales películas son Meshes in the afternoon (1943), At Land –donde aparecía como protagonista John Cage- (1944), A Study in Choreography for camera (1945), Ritual in transfigurated time (1946) y Divine Horsemen: The Living Gods of Haiti (1985).
[5] DELEUZE, Gilles, “Del fantasma”, Lógica del sentido, trad. Miguel Morey, Paidós, 2005, pp. 248-255.
[6]And what more could I possibly ask as an artist –escribe Maya Deren- than that your most precious visions, however rare, assume sometimes the forms of my images”.
[7] “En la obra de arte acontece de modo paradigmático lo que todos hacemos al existir: construcción permanente del mundo. En medio de las ruinas del mundo de lo habitual y lo familiar, la obra de arte se yergue como una prenda de orden; y acaso todas las fuerzas del guardar y del conservar, las fuerzas que soportan la cultura humana, descansen sobre eso que nos sale al paso de un modo ejemplar en el hacer del artista y en la experiencia del arte: que una y otra vez volvemos a ordenar lo que se desmorona”, GADAMER, Hans- Georg, “Arte e imitación”, Estética y hermenéutica, trad. Antonio Gómez Ramos, Tecnos, 1996, p. 93.
[8] GADAMER, Hans-Georg, “Sobre el carácter festivo del teatro”, op. cit, p. 220.
[9] La relación entre el autómata, la magia, la máquina, el artificio y la creación de una escena no pueden desligarse de su función en el cine. Curiosamente Georges Mélies fue el último propietario del teatro de magia de Robert Houdin, manteniendo en funcionamiento a sus autómatas. Mélies incorporó el invento de los hermanos Lumiére, rodando pequeños documentales que luego exhibía en el teatro. Un día de rodaje en la plaza de Ópera la máquina se atascó. Después de repararla, continuó grabando y, al revelar la película, descubrió que donde había hombres, aparecían mujeres. Donde había un elegante automóvil, un coche fúnebre. El paso de la manivela fue el primer trucaje, permitiendo que creara la primera película que da paso al cine, Escamoteo de una dama en el teatro de Robert Houdin. Aquello que había sido considerado una mera exhibición de imágenes en movimiento, se convierte en secreta caverna platónica, cuando la fantasmagoría pasa a través de una máquina autómata, donde la mujer se esfuma.
[10] “La fantasmagoría no sólo es el arte de hacer hablar al fantasma. Por la compleja relación que establece entre la ilusión y la realidad, entre el deseo de ver o de saber y las lagunas de un universo narrativo, cuyas perspectivas contradictorias se sobreponen sin ajustarse, en que las identificaciones tranquilizadoras nos eluden, la fantasmagoría toca las raíces mismas del fantasma. Expresa su evanescencia y el descentramiento, frustrando la mirada en el momento mismo en que la fantasmagoría la llenaba, y constituye así el medio por excelencia de ese vaivén alrededor de los límites, de esa confusión de las pistas y de los puntos de apoyo que lleva al lector a afrontar su propia verdad en forma de un enigma que no debe tener respuesta”, MILNER, Max, La fantasmagoría, trad. Juan José Utrilla, FCE, México, 1990, pp. 205-206.
[11] PICABIA, Francis, Escritos en prosa (1907-1953), IVAM, 2003, p. 206.
[12] JAMESON, Fredic, “Sobre el realismo mágico soviético”, La estética geopolítica, trad. Noemí Sobregués y David Cifuentes, Paidós, 1995, pp. 113-140.
[13] Así lo ha señalado Alberto Ruiz de Samaniego al vincular el espacio heterotópico de Foucault y el espacio cinematográfico de Alain Resnais en una fantasmal distancia, en ese espacio donde una imaginaria Eva futura resulta mujer enlutada que mira y se va. La intuición baudeleriana, lejos de caer en una previsible escena seductora, muestra el instante de una muerte segura y presagiada, el reconocimiento de la pulsión tanática en el espacio cinematográfico de Marienbad. V. RUIZ DE SAMANIEGO, Alberto, Belleza del otro mundo. Apuntes sobre algunas poéticas del inmovilismo, CENDEAC, 2005.

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