29 febrero 2012

Cristina Llanos y la metafísica de la juventud




Venid a la fiesta a la que no habéis asistido nunca, a la que no volveréis a asistir
SUETONIO, Vida de Claudio


Ahora
Más allá de los tópicos que suelen ir asociados a la presencia de lo juvenil en las sociedades actuales, sabemos que la juventud no es sólo cuestión de tiempo, sino de espacio. A pesar del carácter artificioso propio de la juventud, la presencia de una cierta tristeza nos conduce a considerar que el joven está cerca del jubilado. Se trata de apostar por un instante de alegría y de sabiduría a veces inconsciente, a pesar de otras cualidades importantes como la incertidumbre o la duda. Cristina Llanos viene realizando en ese contexto de la representación juvenil una apuesta por la realidad urbana más cercana. Es el caso de la última exposición en la que colaboraba activamente titulada genéricamente FUD (Fear, Uncertainty, Doubt, Mediodía Chica, 2010), donde trató de considerar la importancia de otras cuestiones vinculadas con aspectos utilitarios de las sociedades del presente, huyendo de una visión estereotipada de lo joven como figura pop. Incidiendo también en la importancia de su aspecto formal, este tipo de representaciones de la actualidad están en un buen sentido en correspondencia a una moda. Y su existencia parece revelarse como una especie de vivencia del momento en algún modo alegre, cuando la realidad suele ser más precaria. El caso es que una sociedad juvenil es un hecho que aparentemente se traduce de forma instantánea en consumo, violencia y capitalismo, casi siempre en vinculación a una estética de lo moderno. Si bien el éxito juvenil está relacionado con la apreciación grupal, existe una razón más para apostar desde lo adolescente –esto es, aquel que está en adolecimiento-  con movimientos románticos cuya forma de ser presentados en sociedad corresponde al estado de las artes. No en vano, el Sturm und Drang habla de esa tormenta propia de la impulsividad. El Jugendstil, como movimiento moderno, estaba en manos de una juventud con ganas de modificar no sólo el aspecto interno, sino su forma exterior. También conocemos la trayectoria de las juventudes que forman parte de los partidos políticos desde el nazismo hasta hoy. Esta aparición de lo juvenil como portador de valores benéficos es también la historia de la sociedad desde el siglo XX, una sucesión de estad(i)os de la juventud. Desde los felices años 20, hasta los totalitarismos, pasando por los rockers, hippies, mods o punks, hasta las infinitas variaciones y relecturas de los adolescentes japoneses postmodernos. En esa espera, la juventud pasa volando y sabemos cuál es la actualidad. Si antes el espacio temporal del joven estaba en el paso de la escuela al trabajo, ahora sabemos que hay un porcentaje importante de individuos fuera de ambos.

Atrévete a ser el que eres
El trabajo de Cristina Llanos habla de esta espectacularización y narcisismo propio de la juventud donde queda por venir esa orden kantiana donde se nos insta a saber algo. Como la creación de la identidad proviene de la propia constitución, esa divulgación de cada uno propia de las redes sociales es, en el caso de Broadcast yourself!, una prueba de que los chicos ya no solo quieren diversión, sino mostrarse y aparecer. Son también las fotos de las palizas en los colegios a compañeros y profesores, es la criminalización a parte de un colectivo que ni trabaja ni estudia, pero come y bebe. Es la institucionalización del botellón diario inspirada en modelos de éxito vinculados al ascenso social. Pero estos jóvenes representados a partir de autorretratos anuncian también la pérdida de control, una pretenciosa originalidad narcisista que tiene algo de aburrimiento adulterado, cuanto una libertad que tradicionalmente debe luchar contra el poder del adulto. Hace falta mostrarse y aparentar porque estos jóvenes son todo, menos inocentes. Porque la realidad también habla de responsabilidad y a través de estas acuarelas se intuye que el único fin de la fiesta es su repetido final. Como el arte, su (im)pertinencia en el presente está lejos de ser actual. La juventud no es propiamente un valor óptimo por sí mismo o en la erótica pose. En el graffiti se anuncia un luminoso y lujoso estatus borrable. Son marcas y tags encima de un joven pertrechado de armas de defensa frente a algo que parece venirse encima. What is after youth? es otra serie de dibujos que Cristina Llanos realizó recogiendo imágenes tópicas de la actualidad, donde especialmente los jóvenes se interpretan a sí mismos retratados frente al espejo. Sospechar que en esa actitud se encierra un dilema, no es cuestión de poca importancia. Se trataría de saber qué distancia separa, no sólo a la máquina del retratado, sino al espejo del propio dibujo. Después de la juventud sabemos bien qué queda. Ni siquiera en referencia a la actitud del joven en el arte es probable que existan valores al alza por el mero hecho de ser juvenil o adolescente. Daniel Villegas ha señalado esta falsa concepción de lo juvenil identificado con lo bueno en un importante texto acerca de la juventud en relación con su relevancia histórica y, de modo más prolijo, en referencia al status de lo joven y su institucionalización en el arte español (www.contraindicaciones.net/2009/02/arte-joven-y-produccion-de-juv.html#more): “De este modo, a partir de la década de los noventa, unido a las estrategias de promoción cultural y política a través de la imagen de lo joven, se consolidarán los asuntos de juventud como referencia privilegiada de unas sociedades que aspiran a ser eternamente jóvenes. En el contexto artístico pueden observarse destacados casos de este extremo en exposiciones que recogían la producción artística realizada por artistas jóvenes, y no tan jóvenes, ocupándose de temas de juventud” (“Arte joven y producción de juventud”, Políticas de visibilidad, 2010) Quiere decir que la inserción de los jóvenes en el mundo profesional del arte está estrechamente vinculada a la presencia de algo “moderno” en el seno de un espacio aparentemente dominado por los adultos. Hay que notar que precisamente en la actualidad existe una buena parte de la juventud que ya no va ni al taller, ni al estudio, ni al trabajo, ni al ejército, ni a la iglesia. Es similar al caso de los que no son tan jóvenes. Porque lo que se esconde detrás de un constructo como lo joven no es una estricta cuestión de biología o cronología, argumento propio por otra parte del que ya no está en ese espacio, sino en esa extraña angustia por saber que todo va a acabar propia del joven.

De vueltas en casa
            La rapidez con la cual uno deja de ser joven está inevitablemente unida a una cierta independencia de la imagen. Si el adolescente precisa de esa busca de la identidad, la formalización de una imagen de los lugares que habitamos es un producto del estado del hogar. Si una casa –recordaba David Lynch- es un lugar donde puede pasar de todo, en los dibujos titulados Hogar dulce hogar de Cristina Llanos se puede intuir ese desastre propio de nuestro tiempo. La intimidad asediada por la ropa tirada, las camas desechas y los estantes a punto de caer son la prueba de que algo pasa en las casas que habitamos. Es también la posibilidad de ofrecer una lectura del naufragio tras la fiesta, entre botellas vacías y ceniceros llenos y platos descompuestos, como promesa de la inminente resaca. Esa vieja conocida del joven muestra también la capacidad de mostrar un desequilibrio constante, pero que es aprovechable en forma de estilo y costumbre. Fue precisamente Walter Benjamin quien instaba a la juventud frente al imperativo del adulto, donde el dominio se realizaba desconfiando de la palabra experiencia: “Nuestro combate a favor de la responsabilidad está siendo librado contra un ser enmascarado. La máscara de los adultos es la “experiencia”. Es una máscara inexpresiva, impenetrable, siempre igual a sí misma. Todo lo han vivido ya estos adultos: juventud, ideales, esperanzas, mujeres. Todo resultó una ilusión. A menudo se encuentran acobardados o amargados. Probablemente tengan razón los adultos. ¿Qué podemos responderles? Aún no hemos experimentado nada. Pero nosotros queremos intentar levantar la máscara” (La metafísica de la juventud, Paidós). Una metafísica como estar en el mundo que venía definida como el enfrentamiento, la rebeldía y una lucidez propia de la juventud. Así, Cristina Llanos sabe realizar una instantánea de la actualidad porque precisamente es consciente tanto del paso del tiempo, como del lugar que le interesa representar de estos grupos de jóvenes. No una simple cuestión de estética, sino de alternancia. Con todo, el joven siempre ha hablado con el gesto. En ese sentido, la importancia dotada al dibujo y específicamente a la acuarela habla de ese contorno que forman los grupos sociales, flotando en una blancura que anuncia un futuro impensado. Porque en su incursión en el dibujo deja patente otra marca propia del paso del tiempo, sabiendo que ese vidrio o espejo donde se imponen las marcas y las figuras no es un simple escaparate. Más que nada, se trata de mostrar que el retrato del artista debe ser adolescente y consciente del peligro del paso del tiempo, intuyendo que, como escribe Joyce, “este largo periodo de ocio y libertad estaba tocando a su fin”. Pero ese fin de fiesta llegará mañana, de nuevo, otra vez.

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