José Luis Corazón Ardura
La artista Teresa Margolles (Culiacán, 1966) presenta 21 esta semana en la Galería Salvador Díaz de Madrid. Se trata de una reflexión sobre la violencia en la sociedad mexicana actual, vinculando la representación de la muerte a las acciones delictivas llevadas a cabo por el narcotráfico y por ciertos grupos de sicarios como los Zetas. Una exposición que continúa su brillante trayectoria para mostrar, desde un irónico y lujoso minimalismo, una visión amarga de la realidad.
El escritor mexicano Salvador Elizondo y su reflexión sobre el cuerpo tiene un lugar importante con tu obra.
Le conocí cuando vendía libros de todas las materias, desde filosofía a teatro, en la Facultad de Filosofía y Letras. Era mi cliente y profesor de Literatura. Nos hicimos amigos y, entre sus clases, hablábamos todos los días. Le gustaba mucho platicar y me divertía mucho porque compartíamos el humor. En ese momento, estábamos formando el grupo SEMEFO (Servicio Médico Forense). Iba a un manicomio llamado La Floresta y Elizondo conocía muchas historias de aquel lugar. La primera exposición que hicimos trataba sobre la tortura de los mil cortes a la que hace referencia en Farabeuf. Por eso nuestra primera obra se iba a llamar Leng-Tche e íbamos a trabajar con él. Creí que era la única persona que podía escribir sobre nosotros. Era en 1994 y Salvador me dijo que estaba cansado de escribir. Pensé que si no era él, no era nadie.
¿De qué manera esa reflexión sobre el cadáver se concreta ahora en la joyería? Parece que se sintetizan tus intereses de una manera más objetual.
¿De qué manera esa reflexión sobre el cadáver se concreta ahora en la joyería? Parece que se sintetizan tus intereses de una manera más objetual.
Trabajo en varios caminos, no significa que vaya a seguir haciendo joyas. Se trata de la periferia del cuerpo. No con el cuerpo, sino con lo que lo ha tocado, llevo años tratando de sacarlo. Simplemente estos metales tocaron el cuerpo y yo los saqué de allí. Esta es la parte que me interesa. En Heridos utilizaba fluidos metidos en una canaleta. En 127 cuerpos en Alemania trataba de mostrar restos de hilos de sutura. A mí me interesa lo que está pegado a la punta, lo que absorbió y recorrió todo un cuerpo. La herida era lo que mostraba y yo quería que apareciera ese polvo, otra vez. Llevo años trabajando con la piel, rascando siempre en el mismo sitio. Este trabajo es lo mismo. Cuando me dicen “has evolucionado”, digo que es una involución, es hacia dentro.
En tu obra se da una iconoclastia en ese sentido de anulación. También en ese asesinato de los sicarios, en los mandamientos que regulan esa forma de vida.
Pero sigo hablando de lo mismo: el vacío que deja una persona asesinada. Quitarle el número y convertirlo en una tragedia realmente.
¿Cómo reaccionan las personas que han colaborado contigo?
Hay muchas reacciones, desde el coraje y la sorpresa, hasta el agradecimiento después. Te cuento un caso concreto. Un amigo fue asesinado. Le siguieron hasta el cajero para que trajera dinero. Le metieron en un taxi y, cuando llegaron a su taller, le mataron. Yo lo que hice fue cambiar el piso en el que fue asesinado y lo llevé a un museo. Hablé con el padre y con el hermano y me dijeron que sí. De repente, cuando estaba rompiendo el suelo, el padre entró en una especie de catarsis, preguntándose quién iba a pagar y que qué era aquello. Era como traducir un dolor. Ya habíamos hablado, pero una cosa es hablar y otra cosa es ver. Era el lugar donde cayó el cuerpo. El padre acudió después al museo y se disculpó, diciéndome que se sentía solo y que mi voz le ayudó. Las reacciones son diversas, pero a todos nos duele.
Exactamente, no tratas con el cuerpo, sino en ese hiato entre lo vivo y lo muerto. Como cuando Descartes en Ámsterdam llena su casa de cadáveres para descubrir donde está el origen del alma. Estás hablando de lo real y lo has distinguido de lo estético o de lo poético.
Siento que la realidad supera cualquier posibilidad estética o poética. Aunque pasen estas cosas en México o en Latinoamérica, cualquier cosa que quieras hacer en ese sentido está anulada. La realidad es contundente. Los mandamientos de este decálogo no son poesía. Son textos acompañados de cada palabra, es la crudeza. Realmente es lo filoso del cuchillo. Si lees las sentencias que actualmente hay en Casa de América, son frases y puedes pensar que es poesía. En México la repetí en una pared mucho más grande y era rotunda porque iban acompañadas de cadáveres. En vez de situarme en las cartelas en artes visuales, lo hicieron en literatura. Son frases increíbles, pero no son poesía. No son narcopoetas. Hay cosas que te admiran por cómo están hechas, pero aquí detrás está un asesino. Aunque Thomas De Quincey lo considerara una de las bellas artes.
¿Crees que es algo que se pueda circunscribir solamente a la realidad mexicana?
O a Alemania. Siempre pienso en el lugar y en qué momento las obras van a ser exhibidas. Estamos hablando de otros niveles de riqueza. En México estas joyas tienen otro sentido que en América.
Has hecho referencia a la alteridad, pero llegar al otro es difícil porque precisamente eso es lo que nos expulsa. Es la experiencia de una vida muerta.
Has hecho referencia a la alteridad, pero llegar al otro es difícil porque precisamente eso es lo que nos expulsa. Es la experiencia de una vida muerta.
Es el asesinato, la delincuencia común, el hambre también. No estoy juzgando ya que no creo que sea una historia de buenos y malos. Finalmente, se mueren en las dos partes. Llega a un Zeta como a integrantes de otro cartel. Son jóvenes secuestrados por el narco porque no tienen otras posibilidades. Entonces, la muerte está en ambos lados. En México todos estamos perdiendo en esto. En 127 cuerpos eran muertos por hechos violentos. Había niños, mujeres y hombres. Me interesaba que ese resto que es un deshecho, al ser unidos en esa tensión, sirviera para hablar de la frontera de un cuerpo total. Uno sólo se convierte en una frontera, en una herida.
Es algo inmaterial que ya has utilizado antes con el agua de limpiar los muertos, los cadáveres en el crematorio o con los fetos. ¿Dónde está al final la obra?
No lo sé, solo trato de mostrarlo. Realmente pongo las cosas sobre la mesa, es lo que veo que está sucediendo. Imagino que hay muchas más cosas, pero es lo que estoy viendo con las mujeres de Juárez. ¿Cómo tratar a esas mujeres? ¿Igual que a las joyas del narco? Con esas mujeres trabajo con más ternura. Es una vida, tan jodidamente acabada, que no puedes convertir eso en una joya. Es el caso de una niña que se llamaba Iris: fue violada y después la metieron en cemento. Cuando la sacaron –esa idea de sacarla como escultura era tremenda-, estaba totalmente violada, con el ano metido en un tubo. Tenía cuatro años. ¿Qué quieres hacer con este resto? Además, puedes sentirte cómplice de esa muerte.
Has utilizado también cartas.
Era de un asesino. Después de “no me entierres”, “no vayas a mi entierro”, “nunca aparezcas”, empieza a decir: “Adiós Teresa, la fea, la asquerosa que siempre odiaste”. ¿Qué vas a hacer? Hice ese busto y puse la carta, no hay más. Esto era un suicidio. La otra de la niña era un secuestro, en el que pedían un rescate, para violarla, para matarla.
Esa violencia es la experiencia del extraño que invade tu territorio, como Haneke ha mostrado en su cine. ¿Cómo entiendes esa alteridad? ¿En qué momento empieza el otro?
No lo sé, es más sencillo. Es simplemente lo que está sucediendo, no quiero hacer filosofía. No hubiera llegado a esta forma de piezas si no hubiera ido tanto a la morgue. Este pensamiento surge a partir de haber asistido, en una época casi a diario, a ese lugar. Estar viendo y tratar de servir de tamiz, ¿cómo se lo cuentas a las familias? Me encuentro en esa línea entre dos espacios, como técnico forense y como familiar. Cuando estoy fuera y me cuentan, pienso en esa pared. Si tú vieras lo que sucede ahí dentro, estarías deshecho. Quizá por eso en las piezas trato de no mostrar el horror y trato de convertirlo en otra cosa. Es cómo contarle a una madre que su hijo adolescente está abierto, para que ella tenga fuerza y no enloquezca. ¿Cómo le voy a contar el dolor y mi solidaridad con ella? Así, convirtiéndolo en una pompa de jabón. ¿Cómo contar el coraje que siento ante lo que se ha convertido mi pueblo? Con unas joyas que muestran situaciones distintas. ¿Cómo contar que veo a los jóvenes convertidos en sicarios? ¿Qué reclamo le voy a hacer al gobierno? Se lo devuelvo con quilataje. ¿Qué reclamo a Europa? Por culpa de la doble moral, somos responsables de las muertes de América. Aquí están los consumidores de cocaína también. ¿Qué le voy a decir a España? ¿Por qué tiene que morir el camello? ¿Por qué en Colombia andan matándose para que Europa pueda tener la papeleta en la mano?
¿Crees que somos culpables?
Somos todos, pero la culpa se la queda América, los colombianos, pero todos estamos en esa tensión. Es ese hilo en el que estamos todos unidos, como un nudo.
¿Consideras que hay algo escandaloso en tu obra?
Imagino que sí. He pasado por tantos momentos. Me han dicho esto o lo otro, pero sé que el tiempo ha estado a mi favor. Al principio, me decían necrófila y siguen considerándolo, pero ya es otra posición. Las agresiones que he tenido con mi trabajo, las voy a seguir teniendo. Pero ahora ya hay otras lecturas.
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