10 enero 2008

Como si no pasara nada. Nihilistas en acción.

José Luis Corazón Ardura

Muerte es todo lo que despiertos vemos: todo lo que durmiendo, sopor.
HERÁCLITO

La Nada no tiene ningún centro y sus límites son la Nada.
LEONARDO DA VINCI

Quien menos conoce la época es quien no ha experimentado en sí el increíble poder de la Nada y no sucumbió a la tentación.
JÜNGER


El arte como crítica inversa
El nihilismo es la busca que, partiendo de la destrucción dialéctica propia del espíritu negativo, acaba por señalar hacia la inversión del futuro en un presente abandonado
[1]. Lo nihilista es una disposición que acaba en el escepticismo ante la realidad porque su pesimismo le ha llevado a la renuncia y al abandono, es un nuevo idealismo invertido que trata de encontrar una superación de la propia muerte. De ahí, el escepticismo surge cuando todo da igual o cuando todo da lo mismo. Este dar en lo mismo es la carencia de un futuro previsible, la proyección del futuro cancelado por la seguridad y la destrucción. Y este es el significado que para los griegos poseía la palabra krinein, de donde viene la palabra crítica: el nihilismo comparece de una manera negativa, ante el autor, el espectador, la realidad o el propio arte. Si la privación de la propia obra es otro modo de muerte, seguramente haya sido Maurice Blanchot quien haya ligado de forma exhaustiva la idea de arte a la experiencia de la negación, mediante lo que Nietzsche señalaría como un nihilismo activo, consciente de que su propia creación es destrucción, sin ignorar que el arte comparece especularmente, como una alteración donde el mundo se vacía a causa de su conciencia mortal. Como afirma, no se trata de que a través del arte lleguemos a conocer el mundo en su aspecto económico, político, ético o estético. El arte es precisamente la negación del mundo cuando se presenta. El arte deviene entonces inversión del mundo y, por extensión, de sus valores. Es la presencia afirmativa de un impulso crítico cuando el mundo viene a ausentarse: “El arte es esta pasión subjetiva que ya no quiere participar del mundo. Aquí, en el mundo, reina la subordinación a los fines, la mesura, la seriedad, el orden –aquí la ciencia, la técnica, el Estado-, aquí la significación, la certeza de los valores, el Ideal del Bien y de la Verdad. El arte es “el mundo invertido”: la insubordinación, la desmesura, la frivolidad, la ignorancia, el mal, el sin sentido, todo esto le pertenece, extenso dominio”[2].

Aniquilación y resistencia
Claudio Magris ha señalado en sus escritos sobre literatura y nihilismo cómo el pensamiento negativo es reflejo de una totalidad social burguesa, una simulacro de su estado natural y cotidiano. El asunto que acucia es que un pensamiento negador, de lo negativo o del nihilismo ha de desconfiar también de sí mismo como ideología y como salvación. El resultado es la inversión nietzscheana de los valores platónicos, sean estos éticos o no. Precisamente, es el arte donde se hace presente la idea de la amenaza y de venganza frente al orden normal de cosas
[3]. También, en la aspiración a la nada del artista cuando, en su momento nihilista, se niega a continuar haciendo. Es la conclusión de Hofmannsthal, cuando escribe en la carta a Lord Chandos: “Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa”. Aunque la incursión en el nihilismo sea poco proclive a radicalizar este presupuesto absolutamente despótico de la negación, ya que eso significaría estar sin hacer algo cuando lo propio del arte es mostrarse como verdad ante lo real o como algo verosímil y ficticio, es precisamente anihilatio (aniquilación) porque deviene escritura que se niega a sí misma en la experiencia del vaciamiento de los valores. Entonces, el arte descubre el umbral de los límites de la sociedad, entre la denuncia de una caridad hipócrita, hipotética e hipotecada y la presencia de una seguridad –afirma Agustín García Calvo- solo dable como administración de la muerte. En ese caso, el arte construye el relato de una realidad donde la negación aparece como otra escritura, diciendo en su inmolación no, a pesar de su recurrencia. El nihilismo en el arte pertenece a lo imaginario y a la pretensión de alcanzar una utopía equilibrada entre lo real y lo deseable. Así, el nihilismo no pretende ser totalizador, sino total. Es consciente de las desviaciones y de la disparidad, en él convive lo extraño y lo propio. Al contrario, el totalitarismo corresponde a un sistema que rechaza la paradoja y la contradicción[4]. Aunque el estado de la sociedad pueda enmascarar la presencia de la desvalorización de los derechos y los deberes de manera ingenua mediante los medios de comunicación de masas, es cierto que, a pesar de que la realidad supere a la ficción, el arte utiliza sus propios medios para andar enmascarado. Porque la realidad construida a partir de la educación uniforme deviene construcción de lo ficticio, vivimos en el simulacro de una seguridad kafkiana donde, como escribe en sus Diarios, “todo se resiste a ser escrito”.

Otra seguridad democrática
¿Cuáles son los antecedentes del nihilismo actual? Tras el análisis de Jacobi, Ernst Jünger los ha situado en la obra de Nietzsche y Dostoievski, señalando que el nihilismo tiene un carácter procesual, vinculando su propia destrucción inherente a una superación donde se observa que, paradójicamente, el mundo capitalista es su propio cumplimiento. Además, es teleológico porque posee una finalidad poco dada al estancamiento. El nihilismo es profundamente activo, como muestra la problemática delimitación de su sentido enfermizo y viral
[5]. Como se dirige a su propia superación, Jünger señala que para Dostoievski el nihilismo es la salida de la comunidad, es la consecución del aislamiento porque no se puede representar nada, ni a la nada. Para Jünger, la vinculación del nihilismo no pertenece al tópico de la enfermedad, el mal o el caos. Su presencia desastrosa se da en un espacio de ingrata decisión, en el paso de la línea de acción y reacción donde vamos conducidos hacia el peligro del límite, traspasando la zona del vacío donde se convierte en memoria lo borrado, ahí donde la vigencia de la violencia se hace incontestable en el seno del imperio[6]: “No hay que esperar que esos fenómenos afloren de modo sorprendente o cegador. El cruce de la línea, el paso del punto cero divide el espectáculo; indica el medio, pero no el final. La seguridad está todavía muy lejos”[7]. Jünger en su consideración del nihilismo afirma que es precisamente el siglo XX el espacio donde se produce de manera rotunda, es el estado dominante y cotidiano donde la inversión de los valores se ha convertido en la norma. Como señala, es lo que le lleva a Leon Bloy a añadir en sus tarjetas de visita: “Empresario en derribos”. El estado de la democracia se hace apenas imposible porque como señala Nietzsche, es el tiempo donde el Estado ya es monstruoso. En primer lugar, por la confianza en una técnica dominante y alienante. Por otro, debido a su presunto confort relativo[8]. La situación es que el estado de la política, de la educación, de la economía, de la ética, de la expresión, es un Leviatán con varios rostros y el poder del dēmos se rebela ante el poder de la kratía. En esa lucha interior y exterior es donde la fuerza nihilista se hace patente, sin distinguir el estado de cada uno, pervirtiendo el concepto de igualdad, ahí donde no se puede ser neutral ni acomodarse porque esa es su victoria[9]. Es ahí donde la libertad es cuestión política y artística frente al nihilismo circundante, es un arte que corresponde a lo que se enfrenta, al vacío de la imagen, a la presencia de un esteticismo del dolor, a una iconoclastia que resguarda y borra en su tachadura, que responde cuando se abre un cuerpo muerto e ironiza con la melancolía irónica que responde a una solución propiamente nihilista: “No puede estar el sentido del arte en ignorar el mundo en que vivimos –y esto trae consigo el que es menos alegre-. La superación y dominación espiritual del tiempo no se reflejará en que máquinas perfectas coronen el progreso, sino en que la época gane forma en la obra de arte. Aquí será salvada”[10].

La ambigua fuerza del canalla
Martin Heidegger, menos dado a muestras de optimismo, considera que el nihilismo es un estado ambiguo, más allá de sí. Este espacio de lo inhóspito, donde el cuerpo enferma y se sostiene sin cura, no debe caer en una recuperación ingenua de la enfermedad y sus lugares. Al hablar del nihilismo en acción, se está hablando también de la repercusión terrorista por parte de los estados –en un sentido ampliado del miedo y de la violencia-, incluyendo los conflictos entre sí y, también, por parte de sus detractores interiores: “como si no pasara nada”. Pero la realidad es diferente porque pasa en formas múltiples asociadas a una separación entre lo que uno es y hace políticamente, cuando la comunidad termina por estar de sobra, superándonos en la ficción de una comunidad autárquica
[11]. Este concepto de democracia por venir ha sido desarrollado por Derrida en el último libro publicado antes de su muerte[12]. Ahí se habla sobre este nuevo terror del Estado a ser atacado, cuando ha iniciado una defensa contra el eje del mal, contra los enemigos convenientes, siendo defensores de unos derechos democráticos atacados sistemáticamente de una manera autofágica. Para prevenir un ataque, “tiene inevitable e irrefutablemente que restringir, en su propio país, las libertades denominadas democráticas o el ejercicio del derecho, extendiendo los poderes de la inquisición policial, etc., sin que nadie, sin que ningún demócrata, pueda oponerse seriamente a ello ni hacer otra cosa que deplorar estos o aquellos abusos en el empleo a priori abusivo de la fuerza en virtud de la cual una democracia se defiende contra sus enemigos, se defiende de ella misma, de sí misma, contra sus enemigos potenciales”[13]. Derrida vincula el ataque a la comunidad llevado a cabo el 11 de septiembre como algo que se lleva a cabo en democracia. Si Stockhausen ya afirmaba que había sido una obra de arte total, Derrida considera que el atentado fue algo permitido[14]. En este sentido, el nihilista no es ya el antiguo terrorista romántico, ni el embozado actual. En la actualidad nihilista y destructora, son algunos estados los que llevan a cabo ese control vigilante de la salud pública, pero en realidad lo que se oculta es el poder del más fuerte. Y por sorpresa, aparece esa acusación de unos Estados a otros de ser Estados canallas (rogue States)[15]: “Los más perversos y los más violentos, los más destructores de los rogue States serían, por consiguiente, en primer lugar, los Estados Unidos y, a veces, sus aliados”[16]. Así se cumplió el nihilismo devuelto con los atentados posteriores de Madrid y Londres.

Como decíamos, el nihilismo que se ha cumplido en la sociedad actual se corresponde en todos sus aspectos al estado del arte, tanto en la imagen de triunfo, como en la de seguridad, cuando lo que subyace es la precariedad de la comunidad. Este porvenir tampoco ha de ser apocalíptico. El arte, si algo queda, relatará su propio fin. Donde debemos descartar la indiferencia por el riesgo, aparece la negación ante un futuro aplazado, tras un pasado impasible: “a fuerza de fracaso a fuerza de fracaso la locura se inmiscuye. A fuerza de escombros. Vistos no importa cómo dichos no importa cómo. Temor del negro. Del blanco. Del vacío. Que ella desaparezca. Y lo demás. Completamente. Y el sol. Últimos rayos. Y la luna. Y Venus. Nada más que el cielo negro. Que tierra blanca. O a la inversa. No más cielo ni tierra. Acabados alto y bajo. Nada más que negro y blanco. No importa dónde por doquier. Que negro. Vacío. Nada más. Contemplar eso. Ni una palabra más. Regresado al fin. Tranquilidad”
[17]. Como si nada pasara, el estricto cumplimiento de un arte nihilista que sigue a la busca de un espacio de libertad, siendo conscientes de que el fracaso por ahora no se nos ha subido a la cabeza.



[1] “El nihilismo es la tendencia al acabamiento […] Es el sentimiento de opresión bajo la materialidad viviente, el cual se descarga en forma de aspiración a la destrucción absoluta”, CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de los ismos, Siruela, 2006, p. 442.[2] BLANCHOT, Maurice, El espacio literario, trad. Vicky Palant y Jorge Jinkis, Paidós, 1992, p. 204.[3] “Para el poeta moderno la expresión de esa experiencia –del valor y del sentido último de la propia existencia- no puede tener lugar en plácida armonía, insertándose serenamente en la continuidad de una tradición y de un lenguaje, sino que únicamente puede realizarse negando e infringiendo esa continuidad armoniosa, situándose fuera de ella. El poeta moderno vive en la expatriación trascendental, entre estructuras –sociales, lingüísticas y literarias- anónimas e impersonales, que lo alienan y desautorizan, privándole de experiencia; vive sumergido en la prosa del mundo, como la llamara Hegel, en la disparidad entre ideal y realidad, entre verdad y presente, entre valor y norma”, MAGRIS, Claudio, El anillo de Clarisse. Tradición y nihilismo en la literatura moderna, trad. Pilar Estelrich, Península, 1993, p. 20.[4] CASTILLEJO, José Luis, La escritura no escrita, Facultad de Bellas Artes de Cuenca, 1996.[5] “Una buena definición del nihilismo sería comparable al descubrimiento del agente cancerígeno. No significaría la curación, pero sí su condición, en la medida en que generalmente los hombres colaboran en ello. Se trata ciertamente de un proceso que supera ampliamente a la historia”, JÜNGER, Ernst, “Sobre la línea”, Acerca del nihilismo, trad. José Luis Molinuevo, Paidós, 1994, p. 23.[6] Este carácter de estar en peligro es etimológicamente lo que origina la palabra imperio.[7] JÜNGER, Ernst, “Sobre la línea”, Acerca del nihilismo, op. cit, p. 45.[8] “La disputa con el Leviatán, que tan pronto se impone como tirano exterior como interior, es la más amplia y general de nuestro mundo. Dos grandes miedos dominan a los hombres cuando el nihilismo culmina. El uno consiste en el espanto ante el vacío interior, y le obliga a manifestarse hacia fuera a cualquier precio por medio de despliegue de poder, dominio espacial y velocidad acelerada. El otro opera de fuera hacia dentro como ataque del poderoso mundo a la vez demoníaco y automatizado”, ibidem, pp. 56-57.[9] “Hacerse visible de semejante modo significa: prestar al Leviatán justo el servicio que a él le agrada, para el que mantiene ejércitos de policías. Recomendar algo semejante a los oprimidos, como por ejemplo desde el púlpito seguro de la radio, es simplemente criminal. Los actuales tiranos no tienen ningún miedo de aquellos que hablan. Esto pudiera ser posible todavía en los buenos viejos tiempos del Estado absoluto. Mucho más temible es el silencio –el silencio de millones y también el silencio de los muertos, que día a día se hace más profundo y que no acallan los tambores, hasta que se convoque el juicio-. En la medida en que el nihilismo se hace normal, son más temibles los símbolos del vacío que los del poder”, ibidem, p. 61.[10] Ibidem, p. 65.[11] “La comunidad tiene lugar necesariamente en lo que Blanchot denominó el desobramiento. Más acá o más allá de la obra, eso que se retira de la obra, eso que ya no tiene nada que ver ni con la producción, ni con la consumación, sino que tropieza con la interrupción, la fragmentación, el suspenso. La comunidad está hecha de la interrupción de las singularidades, o del suspenso que son los seres singulares. Ella no es su obra, y no los tiene como sus obras, así como tampoco la comunicación es una obra, ni siquiera una operación de los seres singulares: porque ella es simplemente su ser –su ser suspendido sobre su límite. La comunicación es el desobramiento de la obra social, económica, técnica, institucional”, NANCY, Jean-Luc, La comunidad desobrada, trad. Pablo Perera, Arena Libros, p. 62.[12] “Pues bien, la democracia sería eso, a saber: una fuerza (kratos), una fuerza determinada como autoridad soberana (kyrios o kyros, poder de decidir, de zanjar, de prevalecer, de dar-cuenta-de y de otorgar fuerza de ley, kyroo), por consiguiente, el poder y la ipseidad del pueblo (demos). Dicha soberanía es una circularidad, incluso una esfericidad. La soberanía es redonda, es un redondeo. Esa rotación circular o esférica, el tornar de ese re-torno sobre sí puede tomar ya sea la forma alternativa del por turno, de a cada cual su turno, turnándose”, DERRIDA, Jacques, Canallas. Dos ensayos sobre la razón, trad. Cristina de Peretti, 2005, p. 30.[13] Ibidem, p. 59.[14] “En cambio, por así decirlo, como revancha, quizá es porque los Estados Unidos viven en una cultura y de acuerdo con un derecho ampliamente democráticos, por lo que este país pudo abrirse y exponer su mayor vulnerabilidad a unos inmigrantes, por ejemplo a unos aprendices-pilotos, “terroristas” experimentados y, a su vez, suicidas, los cuales, antes de volver contra los demás pero también contra ellos mismos las bombas aéreas en las que se convirtieron y de lanzarlas abalanzándose contra las dos torres del WTC, se entrenaron en el territorio soberano de los Estados Unidos ante las barbas de la CIA y del FBI, quizá no sin cierto consentimiento auto-inmunitario de una Administración a la vez más o menos imprevisora de lo que se cree ante un acontecimiento presuntamente imprevisible y de gran magnitud. Los “terroristas” a veces son ciudadanos americanos, y los del 11 de septiembre lo fueron quizá para algunos; fueron, en todo caso, ayudados por ciudadanos americanos, robaron aviones americanos, volaron en aviones americanos, despegaron desde aeropuertos americanos”, ibidem.[15] Aquí Derrida sigue el libro de William Blum, funcionario del Departamento de Estado estadounidense, aparecido después del 11 de septiembre, titulado Rogue States (2001). En él se considera estados canallas al de Noriega en Panamá, el Irak de Sadam Hussein, Libia, Sudán, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, Irán -una lista sin fin-, a aquellos países que entendían, con la razón del más fuerte, que violaban una ley internacional a la que Estados Unidos no se acogía plenamente. Mientras, otros países potencialmente peligrosos como India nunca han sido considerados así., ibidem. p. 103.[16] Ibidem, p. 121.[17] BECKETT, Samuel, “Mal visto mal dicho”, Manchas en silencio, trad. Jenaro Talens y Juan V. Martínez Luciano, 1990, p.104.

No hay comentarios: