27 enero 2008

El almuerzo desnudo: unos apuntes sobre la adicción del intelectual ante el cine y su literatura


No, amigos míos, no leáis a Brillat–Savarin
CHARLES BAUDELAIRE

Camellos del mundo entero,
Hay una lacra a la que no podéis vencer:
La marca interior…
WILLIAM BURROUGHS

Es cierto que el cine es el arte del siglo XX y que sus orígenes han sido situados en la antigua Babilonia, el Egipto faraónico o en la caverna platónica. Lo que sorprende es que su carácter adictivo, en el sentido de situarnos en una interzona donde nos asentamos para conocer lo que significa la realidad y la ficción, nos conduce a una consideración del arte cinematográfico desde la punción y la literatura. La vinculación entre el cine y la escritura, en relación a la adicción a sustancias que nos llevan a distintos estados de conocimiento, ha sido, desde sus primeros intentos experimentales, cosa del dadaísmo picabiano, quien ya vinculaba irónicamente la posibilidad de acceder al cine como los mexicanos fumando marihuana, instalados frente a una pared blanca, esperando ver las andanzas de los personajes imaginarios que se iban apareciendo. Son cuestiones de operador, brazo y alucinación: es la adicción estética/ ascética que nos sitúa en el desierto real del tedio. En este sentido, el adicto deviene icono cultural, social e intelectual. Y personaje cinematográfico. Es Frankie Machine –protagonizado por Frank Sinatra- en El hombre del brazo de oro (Otto Preminger), buscando desesperadamente otra desintoxicación, mientras la realidad le conduce constantemente hacia la heroína. O Peter Weller en El almuerzo desnudo (David Cronenberg), mostrando el nomadismo que constituye al adicto, sin mitologizar placenteramente acerca del vicio.

Al hacer ajeno su cuerpo, el adicto deviene asceta de sí mismo. Persigue la unificación del flujo deleuzianamente, es un expulsado de sí. La experiencia que le lleva a acudir a lugares como el suicidio, la melancolía o la destrucción, son síntomas que siempre han perseguido al autor que se enfrenta a un pensamiento contradictorio e iconoclasta. Por eso, la dependencia del opio de Thomas de Quincey o la adicción a la cocaína de un poeta como Georg Trakl condicionan su sentido de la realidad y poco tienen que ver con el naufragio encontrado en el placer de un paraíso irreal, ya sea artificial, alegórico o imaginario. Es un carácter propio al adicto afrontar su ruina con la fascinación dominical de la saturación cinemática: fin de fiesta, fin de jornada, fin de semana. Entonces, se vuelve a consumir la cultura, persiguiendo algún ideal nebuloso, como el goce, el recuerdo o el olvido. Baudelaire señalaba que la mixtura de estos tres elementos era lo pretendido por el bebedor. No hace falta señalar su lugar intelectual, su querencia a la retórica romana y al satanismo romántico, a pesar de que su revolución en la poesía contemporánea pueda rastrearse en Jean Paul a través de Allan Poe, otro ebrio defensor de la filosofía y la composición. Porque la adicción es una adhesión, nos compone y descompone. Se trata de comprender que esa entrega no es más que el vicio considerado como una de las bellas artes: el asesinato de la belleza para conseguir la infinitud. Un caso de adicción a la iconoclastia como promete un nihilismo activo basado en el encuentro feliz del sueño y la realidad, sabiendo –escribe Baudelaire en Los paraísos artificiales- que la fatalidad ha conducido a obtener placer del tedio y terror de la belleza: se trata de considerar el prototipo de adicto/ asceta/ esteta partiendo del deseo de conocer el veneno. Como afirma en sus disquisiciones sobre de Quincey, “en esa época el opiófago era todavía feliz”. La ironía de Baudelaire sobre la concepción del gusto de Brillat-Savarin, habla de ese poner al desnudo un almuerzo. El adicto se dice de muchas maneras, desde la ética a la estética, desde el cine a la literatura. Porque se trata de llegar a la vinculación de la felicidad, el aburrimiento, la decisión y la libertad, bajo acciones relacionadas con el vicio. Se trata de no llegar a perder el apetito.

Aunque no se pueda relativizar con facilidad, el vicio va acompañado de virtud. Quiere decir que realmente el vicioso como adicto posee los conocimientos y experiencias que su libertad le ha otorgado. Se trata, situándonos en un aristotélico sentido de la mesura, de considerar que hay adicciones que no son necesariamente reprobables por sí mismas. Sería el caso de aquellos espacios que son promesa de ingenua satisfacción, donde la esperanza de bondad es presencia de un mal que nos compensa. Es La Rochefoucauld quien mejor ha señalado la hipocresía y el interés que abunda en un tiempo donde la polaridad entre lo bueno y lo malo, el disfraz que adopta el vicio frente a la virtud, se confirman en la simulación de una sociedad donde el adicto deviene parásito, insecto, metamorfosis del individuo en la analogía kafkiana. En cualquier caso, como recuerda Bataille, otro amante del éxtasis y la embriaguez, Teresa de Jesús, en su adicción al amor divino, ya comparaba simbólicamente al alma interior y sus cicatrices con una bodega donde dar lugar a esa desnudez del adicto. Y, como en el almuerzo desnudo de la drogadicción, deviene agente exterminador del sueño y de la vida. El adicto que intelectualiza el cine y la literatura en un espacio liminar es ya otra cosa. Ese banquete corresponde a un gobierno del propio cuerpo, pero esa adicción no disimula su presencia porque deviene en la misma soledad del aburrimiento: “¿Cómo no vamos a presentir al final –escribe Bataille- que no podemos embriagarnos y a la vez tener conciencia de la embriaguez? Así, sólo encontraríamos lo que buscábamos para saber que lo hemos perdido para siempre…”

En este sentido, el intelectual es un adicto más preocupado por el sueño que por la apariencia de la realidad. Es un caso de poeta procastinado, perezoso, mas no pusilánime porque hace falta conciencia para dejar el dominio de la voluntad a merced de la autonomía propia del exceso. Al final, no conviene ligar la idea de adicto con la de materialista ya que es, precisamente, un idealista inverso. Su conciencia del equilibrio le conduce a una exploración del polvo, una experiencia que debe separarse de su canto luminoso y místico. La adicción es una condena y una expulsión. Es la marca interior a la que se refiere Burroughs, el territorio por el cual se estría el deseo y el arrebato, la conciencia de poseer un remedio más dañino que la enfermedad. Un paraíso nunca recobrado, como ha mostrado, en su labor de punción cinematográfica, Iván Zulueta. Como enseña por otra parte Godard en Historie(s) du cinema, el adicto es un exterminador de la imagen, un confabulador que trata de alcanzar la experiencia de la escritura en la construcción de la imagen. Un caso de dandismo literario, intelectual y estético. El adicto posee esa marca interior, la imposible unión a lo que se adhiere, a pesar de su fruición intelectual: “Puede decirse –escribe La Rochefoucauld- que los vicios nos esperan, durante la vida, como si fueran nuestros anfitriones, en cuyas casas tuviéramos que ir alojándonos sucesivamente; y dudo mucho que la experiencia nos ayudara a evitarlos, si nos fuera permitido hacer el mismo camino dos veces”. Es el caso de un almuerzo al desnudo donde el banquete intelectual deviene toma de conciencia ante las intoxicaciones secretas, en la imagen del cine transformado en escritura.

24 enero 2008

DEMOCRACIA: NIHILISMO ACTIVO


DEMOCRACIA: NIHILISMO ACTIVO
José Luis Corazón Ardura

¿Cómo ha sido el paso de El Perro a Democracia?
Pablo España: Con El Perro se hicieron muy buenas piezas. Pero no se trataba únicamente de hacer piezas de arte, era sobre todo una filosofía, una ideología, una manera de trabajar. En ese sentido, El Perro fue un fracaso. Lo que se intenta con Democracia es, en lugar de dejar de lado ese proyecto concreto de trabajo que ha fracasado, seguir incidiendo en el. Había una vía de trabajo que es el colectivo y seguimos apostando por ello. Lo que estamos intentando ahora es que no haya ese fracaso ideológico. Intentar hacer lo que creemos.
Vosotros hacéis un trabajo en buena medida crítico con la democracia.
PE: Precisamente nos ponemos el nombre de Democracia porque actualmente es una palabra vacía, sin significado. También nos ha obligado a trabajar de una determinada manera, porque focaliza mucho más el centro de atención. En los proyectos que planteamos el hecho de que la firma sea Democracia aporta una nueva lectura, es por ejemplo el Monumento al terrorista suicida por Democracia o Charity por Democracia.
Iván López: Hay que tener cuidado porque arrastras el nombre. Tampoco queremos engañar a nadie, lo que hace Democracia no es diferente de lo que hacía El Perro. Todo lo contrario, es seguir fiel a sus principios. Nosotros estamos haciendo un discurso del sistema dentro del sistema. Esa palabra reúne el vacío y su contenido.
Un sistema que, como se titula esta exposición, hace referencia al estado de bienestar.
PE: Por un lado, es el desencanto de las revoluciones. Lo más parecido que tenemos ahora mismo a una utopía es el estado de bienestar que se está desmantelando. Es el socialismo sueco. Incluso esa utopía rebajada está puesta en duda, hoy por hoy. No nos interesa tanto pensar ese papel paternalista del estado como lo que posibilita que es la centralidad del confort y la vida de consumo en la organización social. Lo que planteamos es la posición de la sociedad civil integrada frente a la marginal. Mucha gente ha hablado de la marginalidad, desde un cierto pensamiento posmoderno como la única manera de estar fuera del sistema. Estar en la marginalidad no es positivo por sí mismo, los nazis son marginales, por ejemplo. La marginalidad justo en el lugar desde el que estamos hablando supone una serie de carencias básicas, de salud o de educación. Es poner en cuestión la idea de la marginalidad como el afuera. Pero también pensar que si la incorporación a la sociedad del bienestar otorga ese confort, al mismo tiempo asegura la inserción en los mecanismos del espectáculo en el sentido debordiano.
En el video que presentáis en esta instalación hay un componente cinematográfico. Tramáis una escena con distintos actores. Ese desmantelamiento que puede hacer referencia a la situación del arte en la ciudad. En este sentido, como decía Godard, es un arte hecho políticamente.
PE: Hay una referencia clara al crecimiento de una ciudad como Madrid, a su engorde, que entra en comparación con El Salobral que es el cuarto mundo, un ghetto donde había once mil habitantes, el poblado chabolista más grande de Europa en la ciudad de los edificios de Florentino Pérez. Nos interesaba el nihilismo unido al capitalismo. Por eso hay una serie de referencias culturales muy precisas. Esa complacencia con la destrucción que está en la base misma de la cultura de masas.
IL: De todos modos, no es tanto hablar de una determinada política. Hay una voluntad de contextualizar y empezar a hablar de la cuestión de la vivienda y, a partir de ahí, no tanto tratar de desmantelar un sistema, como la de presentar un estado del bienestar basado en el espectáculo mostrando la destrucción. Es una visión más esencialista.
En vuestro trabajo es importante la colaboración con otros artistas y también con la gente que está sufriendo el desmantelamiento.
IL: A nivel de videográfico, filmar así la realidad, nos ha llevado a rechazar de plano el documentalismo. No contiene entrevistas, no tiene actuación. Hemos convocado a la gente para convertir la demolición de unas chabolas en un espectáculo. Ahí entra el tunning de las máquinas, los trabajadores sociales o el conductor de la excavadora. ¿En que se puede convertir eso?
PE: Como los sucesos de El Salobral hay miles todos los días. Los puedes ver en televisión. Nosotros nos queremos alejar de eso. Otra parte importante de la gente que compone la pieza no es solo quien allí está retratado, es el propio visitante de la exposición. Estamos hablando de espectadores. Hay que hablar del lugar del espectador.
Es como el fin de la sociedad del espectáculo.
PE: No hay un fin de la sociedad del espectáculo, en todo caso estamos ante su máxima realización. Hay una igualación de los espectadores, porque parece que a priori se considera que todos los espectadores leen las imágenes de la misma manera, pero hay distintas lecturas, distintas expectativas. No es solo una representación, sino que parte importante del proyecto es el propio espectador y su identificación con los espectadores que aparecen en el video. También nosotros nos hemos posicionado como espectadores.
De alguna manera tratáis de mostrar metafóricamente ese fin del capitalismo.
PE: El tabú más consistente, todavía dentro de la sociedad occidental, sigue siendo el de la competitividad, la carrera de ratas capitalista, el cómo se hace dinero. A diferencia de otros trabajos, Welfare State es abierto. No hay certezas, sino un planteamiento de distintos puntos de atención. Es una obra menos propagandística.
En la exposición podemos ver otro tipo de piezas.
PE: Noaz ha colaborado en este proyecto diseñando la imagen corporativa del evento, cuyo eslogan es Smash the guetto, que aparece en una pancarta realizada por Yolanda Rueda utilizando un lenguaje que podríamos considerar postgraffiti. Nos interesa esa estética de la pancarta, del slogan. Decía Deleuze que hay que escribir con slogans. La pancarta podría colocarse en muchos lugares. Hay una voluntad de buscar contacto con unas culturas muy determinadas, grupos de hip hop o heavy metal como Katequesis que han relizado la música. Se trata también de buscar una referencia en la cultura popular, hablando de la customización, como el tuning de una pala mecánica hecho por Dani KXT. Por esto, es un proyecto que levanta muchas lecturas. Te venden una diferenciación dentro del mundo del consumo, pero en realidad es una igualación por otro lado. En ese sentido es importante en la película la aparición de tatuajes, el tunning como algo que personaliza y diferencia. En realidad, es una estrategia más elaborada, pero al final es el último estadio de consumo. También al hablar del espectador que busca el espectáculo en la destrucción, estamos manejando la estética del hooliganismo..
Vosotros estáis en otro guetto artístico, aparentemente alejado de estas tendencias. Esa demolición llevada a una galería de arte, ¿cómo acompasáis estar en ese mundo aparentemente elitista?
PE: No podemos perder de vista que estamos hablando desde el arte. Hay veces que hay esa voluntad de superar el ámbito del arte y otras veces, no. Es un espacio muy maleable en el que caben muchas cosas. Nuestra manera de trabajar está en ese espacio, porque por ejemplo podemos estar cercanos al cine, pero no es cine.
Durante estos dos últimos años habéis realizado otros proyectos, participado en bienales, publicado una nueva revista.
PE: Para nosotros, todo está ligado. El hecho de dirigir la revista Nolens Volens, comisariar Madrid Abierto, no supone distinción. En esos proyectos también nos estamos posicionando. A veces puedes hacer un fanzine fotocopiado para la Organización Nelson Garrido de Caracas, que un centro de organización anarcopunk y otras veces, exponemos en una galería. Nunca hemos rechazado un espacio en el que se nos pidiera estar. Si no hiciéramos este proyecto en la galería, no podríamos hacerlo en otro sitio. Como Democracia hemos expuesto más en el extranjero que en España. Estuvimos en la Bienal de Goteborg, Estambul, Graz y ahora, recientemente, en Platform en Corea.
IL: Por un lado hacemos trabajos muy contextualizados. En este sentido, me gustaría ver este proyecto en Rumanía, por ejemplo, en un lugar donde se pueda enriquecer por el contexto. Es curioso cuando lo expones en otro espacio, como en Corea.
¿Qué queda tras la destrucción?
PE:. Tenemos que hablar de dos tipos de nihilismo. Por un lado, es el lado del nihilismo de la exposición No Future que organizamos para la Organización Nelson Garrido. Es un posicionamiento político de inspiración anarquista donde se trata de hablar sobre valores y el nihilismo como algo totalmente en contra del poder. Es una posición política muy concreta. Luego, el nihilismo que se refleja en Wellfare State: es el nihilismo del capitalismo. Ciertamente se están tirando esas casas y se está produciendo ese desalojo, pero sabemos que hay un propietario que está deseando comerciar con esos terrenos. Ese nihilismo capitalista tiene mucho de vanguardia, devorándose a sí mismo para renacer. Es el nihilismo que nos parece agresivo. El nihilismo de la ONG era hablar en contra del progreso como una herramienta más de dominación. El nihilismo capitalista es el nihilismo necesario para perpetuar su funcionamiento. Cuando, como decía Benjamin, la revolución no es acelerar más las máquinas, sino tirar del freno de mano. El no futuro es el nihilismo con el que nos identificamos. El nihilismo capitalista es el que hemos estado intentando reflejar aquí. Una sociedad disfrutando de la destrucción como espectáculo. Y cómo es complacencia con la destrucción está en el interior de nuestra cultura.

17 enero 2008

Rogelio López Cuenca: la vuelta del otro.
José Luis Corazón Ardura

El artista malagueño presenta en la galería de arte contemporáneo Juana de Aizpuru Le partage, una reflexión donde coexisten las referencias habituales de su trayectoria, partiendo de la vinculación del uso de la imagen en los medios de comunicación con la reflexión artística y política acerca del poder en el seno de la sociedad actual.
¿A qué se debe el título de esta exposición?
El título es polisémico, claro, puede evocarnos desde el hecho cotidiano de compartir hasta la división de Palestina. La idea de antemano es partir de esa multiplicidad. No tanto de la confusión, sino subrayar la responsabilidad del que lee a la hora de reconstruir el significado. Son imágenes procedentes de Internet, de la publicidad, de la imagen-mundo en la cual vivimos.
Son imágenes relacionadas con la guerra.
Son imágenes preexistentes que utilizo para hablar de que todo lo que hago viene de algún sitio, de que se trata de un diálogo continuo. No hay apenas texto escrito. Es una invitación a leer las imágenes y detener su flujo constante. Pertenecen a distintos contextos, pero tienen en común el gesto y la pose. Esto hace que podamos agruparlas. Pertenecen a discursos previos, de la moda o la información de la actualidad política.
Utilizas modelos que de alguna manera juegan con la ambigüedad.
Fundiendo las imágenes de dos hombres semidesnudos, uno posando “de palestino” y otro detenido por militares… Ambos tienen en común la referencia al cuerpo como la primera frontera del ejercicio del poder, donde se encarna directamente. En la sociedad de la vigilancia el castigo sólo se ejerce violentamente en casos extremos, el poder se ejerce más difuso, a través de los medios de comunicación.
Son procedimientos, como el collage, que has utilizado asiduamente.
A fin de provocar un retardo de la percepción de ese flujo continuo de imágenes, de hacer durar su relación con el espectador y que nos preguntemos por nuestra postura ante ellas.
La palabra partage hace referencia a ese reparto.
Sí, como al reparto en una obra de teatro. ¿A quién le toca qué papel y en qué lado? Pero también al despiece porque, ¿quién está mirando?, ¿quién puede hablar? En ese sentido, hablar y mirar coinciden. Vemos fotos en que los ricos dan de comer a los pobres y parece que este tipo de imágenes no se perciben como publicidad. Y es la propaganda ambiente. Las imágenes pertenecen a mundos muy distintos que se hacen coincidir temporalmente en esta narración. Pero no dejan de pertenecer al discurso del que proceden.
¿Por qué has tardado tanto en exponer en una galería?
En los últimos años he estado implicado en proyectos de, digamos, más largo recorrido. Por ejemplo, en Lima realizamos un itinerario en la ciudad, ligado al enfrentamiento de Sendero Luminoso y el Estado, señalizando los escenarios de la violencia. Son trabajos que pones en marcha a partir del territorio de las prácticas artísticas, pero luego continúan por otros sitios.
¿Cuál ha sido el último proyecto en este sentido?
Acabamos de terminar www.mappadiroma.it, en Roma donde he estado trabajando un año en torno a 1977. La idea era partir de la imagen de la ciudad eterna como lugar del prototurismo, una ciudad ya turística antes del turismo, una pretendida ciudad inmóvil donde más allá de los diez o doce monumentos reconocibles por todos. Propusimos otro itinerario, no sólo físico sino temporal: en torno a un momento oscuro en la historia de la ciudad y partimos de las fotos del cadáver de Aldo Moro, interpretada como una pantalla que ocultaba la de otros cadáveres.
Como la imagen de la muerte de Pasolini.
Aún más, el secuestro de Aldo Moro coincide con el asesinato en Sicilia de Pepino Impastato, un militante antimafia, y este crimen queda oscurecido, silenciado por la macro-noticia del día. Miramos detrás de las imágenes-pantalla y tejemos redes, asociamos esos asesinatos con el de Pasolini, lo que nos permite hablar de la marginación social de la homosexualidad, por ejemplo, o, a partir de la postura radical de Pasolini contra la TV, recordar que es 1977 cuando empieza a emitirse la TV en color o se legaliza la pornografía en Italia.

También has estado con otro proyecto relacionado con Málaga y la Guerra Civil.
Ya había trabajado sobre ello en www.malagana.com, pero a partir del encargo de un monumento a las víctimas de la huída de Málaga a Almería a causa de la caída de la ciudad en 1937 (que hicimos, en colaboración con Santiago Cirugeda) y que conseguimos transformar en un proceso más amplio de recuperación de la memoria colectiva. Se puede ver en www.malaga1937.es. Otro ejemplo de cómo las prácticas artística pueden desbordar su ámbito estricto y recuperar un papel más allá del espectáculo.






12 enero 2008

1975. España.Estética. II




Como avisa Calvo Serraller la transición política a la democracia debía verse trasladada a la revisión del arte vanguardista español, creando “en el interior del país fuertes expectativas polémicas, que se avivaron, además, en el seno de la izquierda, al estarse produciendo en aquellos precisos momentos una política de pactos y plataformas concluyentes dentro del espíritu ideológico más elástico”[1].

Esto no era un hecho solamente español, sino que, como avisa Marchán Fiz, había una crisis internacional acerca de lo que significaba el final o no de las vanguardias, como podría poner de manifiesto las posiciones conceptualistas y las intervenciones que desde los años sesenta se venían realizando en España[2]. Como escribía Muntadas en mil novecientos setenta y uno, se pretendía transformar una sensibilidad aún no desarrollada[3]. Es curioso que la investigación relacionada con las prácticas conceptuales se limite en buena medida a la teoría y práctica de los artistas de Barcelona y Madrid y que su correspondiente estudio estético se circunscriba a la obra de Simón Marchán o Victoria Combalía quien, en este año, identificaba el arte conceptual con una poética de lo neutro, subrayando la importancia de estas tendencias en el mundo del arte internacional. A pesar del esfuerzo no se hablaba apenas de la vertiente hispánica, su definición del arte conceptual se vinculaba a las prácticas interesadas en la parte mental más que en la realización material o sensible, actividad reflexiva y valorativa de la teoría transcrita en materiales documentales de carácter textual[4]. Como afirma Combalía, es precisamente este factor lo que conduce a una concepción aperturista del arte y a la exploración autocrítica de sus propios límites. Si la muestra extraoficial española en la Bienal de Venecia[5] tuvo algún acierto fue seguramente el establecimiento de nuevas coordenadas en el arte de vanguardia, pero las prácticas conceptuales decimos que quedaron enfrentadas a la propuesta más figurativa que en los años ochenta tendría amplia vigencia. Y, a pesar de las críticas venidas de España, puede comprenderse como una muestra más de que el arte hispánico no debe infravalorarse y necesariamente circunscribirlo más acá de los Pirineos, en una visión que tiende a restar importancia, frente al panorama internacional, el arte conceptual producido en España. Con todo, en la Bienal se produjeron hechos importantes derivados de la situación política que vivía el país[6], no olvidemos los actos que hubo reivindicando la autonomía del País Vasco desde posiciones democráticas hasta el radicalismo de núcleos cercanos a ETA, la influencia de la situación económica heredada del régimen franquista o la desaparición de la represión y persecución de aquellos intelectuales que, como María Zambrano, permanecían en el exilio. La realidad era que la muestra iba a convertirse en el centro de la polémica que había mantenido el arte español desde los años cincuenta, saber si la acción de pintar tenía algún sentido y constatar que el arte podía ser autocrítico y transformar la sociedad. Lo que sí quedaba claro en el libro que se publicó con motivo de la Bienal, es el contraste valorativo de Valeriano Bozal, comprendiendo el lugar del arte en la sociedad capitalista y valorando negativamente la práctica conceptual[7] y Simón Marchán, apostando por una renovación de la producción artística, tanto para el artista como para la crítica[8]. El problema, como escribió Valeriano Bozal, fue que tras la discusión entre los artistas adscritos a alguna de las tendencias más importantes desde las décadas anteriores -el arte informalista, analítico o realista- estaba la gestación de un mercado del arte que iba a ser el verdadero causante de la confrontación entre las posturas digamos más tradicionales y la renovación conceptual. También que en el arte de vanguardia español había tendencias que iban a revisar el lenguaje artístico, su función en la sociedad y en la política. Por extensión, todos aquellos problemas concernientes a la asimilación del arte en la economía capitalista y a su nueva definición, partiendo de los códigos normales del mercado y la galería frente a la opción conceptual, planteándose el arte como una crítica desde el interior[9]:


Los anteriores –se refiere a Eduardo Arroyo, Equipo Crónica, Ibarrola o Tàpies- eran ejemplos de una alternativa que se movía todavía en el marco del lenguaje artístico aceptado: pintaban cuadros, utilizaban procedimientos técnicos artesanales, manejaban códigos establecidos, se adscribían a la pintura: autores, obras únicas, mercado de arte, incluso el placer de pintar… En todos los casos era una crítica desde dentro y, en mi opinión, una crítica sumamente efectiva, quizá la más radical que en ese campo puede hacerse[10].


La consideración de Bozal del arte conceptual está vinculada con una crítica exterior, no más obras únicas, no hacer cuadros, abandonar el factor técnico. Son los llamados petroleros del arte que en la vertiente hispánica fueron identificados supuestamente con la lucha antifranquista, a pesar de que en España es difícil establecer una separación entre el arte y el régimen después de los años sesenta y el parasitismo del poder y artistas durante el franquismo: “el mercado era un procedimiento mucho más poderoso que la represión y la censura”[11]. Si Bozal considera que en realidad los conceptuales representados por el Grup de Treball no eran estrictamente antifascistas porque se dedican a cuestionar el mercado del arte en lugar de realizar un análisis apropiado de lo que significa la sociedad española[12], “un arte de clase ha de atender a las necesidades de esa clase”[13], se trata de considerar positivamente la utilidad del arte propuesta por Alberto Corazón y su compromiso como tarea que había de enfrentarse a los valores de las clases dominantes y al supuesto elitismo que confunde arte con obra de arte, participando de una asimilación de lo estético como producto mercantil y no como producto intelectual, un planteamiento más rebelde que revolucionario. Y, como afirma Bozal, se trata de comprender que el artista no es el único agente de esta transformación de la sociedad, sino que es preciso que la figura del intelectual orgánico también se concrete[14]:
En mi opinión esto es justamente lo que hay que poner en cuestión si el artista quiere alinearse en las filas de la clase obrera […] Ese poner en cuestión no se hace en el vacío. Existen ya hoy unas necesidades sociales del proletariado que el artista debe atender, y para atender sus medios artesanales (técnicas, lenguaje y sistemas de trabajo) sirven de bien poco. Son necesidades políticas, culturales y a veces biológicas. Son necesidades de masas que sólo pueden satisfacerse con un lenguaje de masas (y este sólo es posible a través de medios industriales) y en un trabajo de masas[15].


Por otro lado, el estudio de Simón Marchán puede considerarse complementario al anterior, a pesar de poner de manifiesto la visión distinta que uno y otro tenían a tenor de los artistas y movimientos de los cuales hablan. Quiere decir que los análisis realizados en el año setenta y cinco difieren en muchos aspectos, sobre todo en la valoración del arte conceptual y del minimal, pero coincidiendo en una cuestión central: ¿tiene algún sentido la pintura? Si un objetivo había en la estética de los años setenta era precisamente atender al análisis no sólo de la producción de la obra de arte sino de su distribución, hecho que se reflejaba claramente en la disparidad de ideas y en la dispersión de artistas en unos momentos en los cuales se está afianzando paulatinamente la dualidad que va a continuar hasta los años ochenta y que, en justa analogía, está relacionado con la nueva sociedad española, donde era fácil caer en el olvido del pasado con tal de no volver atrás. ¿Qué ocurrió en los años setenta según Marchán Fiz? Cuatro factores eran los desencadenantes de los nuevos rumbos vanguardistas españoles: la crisis del lenguaje como efecto del auge de la filosofía analítica, la aparición del conceptualismo, la reacción frente a la nueva generación y la exploración minimalista que terminaría por desembocar en la abstracción y en la recuperación de la pintura[16]. Las dos tendencias que durante los años sesenta habían salido fortalecidas se enmarcaban entre el realismo crítico o el neoconstructivismo, entre la crónica de la realidad o el arte cibernético. A pesar de todo, ambos tenían –señala Marchán Fiz- intereses comunes: se inscribían en la sociedad industrializada, mantenían una práctica lingüística y había una crítica a la política del momento, sobre todo en lo que atañe a la represión o a la censura. Estéticamente significa que los realistas trataban de mostrar las contradicciones del neocapitalismo y la distancia entre el poder político y la masa popular. La segunda tendencia, más racionalista, controlaba el mensaje para no caer en el subjetivismo. El arte era comunicativo y tenía unas leyes científicas. Por otra parte, el auge cibernético propugnaba el radicalismo tecnológico que precisamente mostraba el atraso industrial español[17].


Marchán Fiz coincide con Valeriano Bozal en que el boom económico afectó directamente al mundo artístico, es en estos momentos de política incierta cuando empieza a cobrar auge el mercado del arte. Es más, este hecho posibilitó las ganancias que el régimen no veía con malos ojos, pero sin contribuir al valor estético de las obras, ni en su adquisición estatal ni en la organización de grandes exposiciones. Como sabemos, la política exterior sería otra cosa, como prueba la lista de representantes españoles en las sucesivas Bienales donde España había participado durante el régimen franquista. Esta ambigüedad del poder político, entre lo permisivo y tolerante y la suspensión y prohibición de algunas iniciativas dirigidas hacia el pueblo, caracterizaban el intrusismo de los que en aquellos momentos veían comunistas por todas partes, es el caso de Carrero Blanco y sus diferencias con González Robles, por ejemplo. En otro orden de cosas y factor sintomático es el hecho -como sugiere Marchán Fiz- de suprimir la enseñanza de Historia del Arte en la enseñanza media por parte del Ministerio de Educación y Ciencia en mil novecientos setenta y cinco, cuando precisamente el mercado de las galerías de arte comenzaba una nueva apertura[18]. Es precisamente en esta crisis de los realismos, debida a la mercantilización o a la asimilación del estado, donde van a aparecer nuevas propuestas y comportamientos artísticos relacionados con los Encuentros de Pamplona (1972), la música o la poesía experimental, el land-art, el body-art o el arte povera. Aparecen diferencias entre un Madrid donde se abrirá paso la nueva figuración desde la influencia clara de Luis Gordillo y una Barcelona menos tradicional y mimética. Con todo, hay excepciones –señala Marchán- como Alberto Corazón o Nacho Criado, entre la recuperación de la lectura de imágenes y el nihilismo poético proveniente del minimalismo, hasta llegar a la Informació de’art concepte 1973 en Banyoles, que, decíamos, vino a terminar con las cartas y artículos cruzados entre el Grup de Treball y Antoni Tàpies[19].



Es aquí donde Marchán valora negativamente la incidencia del mercado en el arte español, en el sentido de poner en solfa los requerimientos del arte conceptual poniéndolo a su vez en una situación incómoda, debido por otra parte al radicalismo ideológico, pero su presencia durante aquellos años de revisión fue ineludible como muestra la participación de Francesc Torres o Muntadas en la Bienal de París (1975) o la presencia de Corazón, Muntadas y Torres en la Bienal de Venecia (1976)[20]. Marchán critica a la nueva figuración que consoliden la pintura de caballete, haciéndose eco de la afirmación de Duchamp, si los generales ya no mueren a caballo tampoco hay necesidad de continuar pintando de un modo tradicional, una apuesta por la pintura que se desvincula de presupuestos sociales o políticos para adentrarse en la individualidad y en las interpretaciones más subjetivas[21]. Si Valeriano Bozal no consideró la aparición del minimalismo o la pintura geométrica, Marchán sitúa en la influencia de Rothko la aparición de artistas como Nacho Criado, Francesc Torres o Navarro Baldeweg, dando preeminencia a la llamada nueva abstracción que desde Cuenca venía realizando Torner o Teixidor o la influencia de grupos como Support-Surface en Carlos León, lo que muestra que la infravaloración de la pintura es un hecho relativo. Lo que sí parece claro es que la dedicación a la teoría estética debe dejar el lenguaje críptico, los nuevos comportamientos artísticos precisan también nuevos comportamientos estéticos, menos ambiguos y más esclarecedores de lo que sea la crisis de la pintura desde la práctica informalista, crítica asociada al psicoanálisis y a la literatura:

La crítica, a poco que se descuide, volverá a ser brillantemente literaria y podrá reencontrarse con viejas glorias de los cincuenta y de antes. Como se observará, no trato de desvirtuar toda crítica, sino tan sólo de ironizar sobre tantas críticas como hemos hecho a la crítica de arte en España. La crítica será una arriesgada aventura que tendrá que avanzar con cautela, por hipótesis, y la interpretación, si no se da cuenta de sus límites, puede deslizarse con facilidad hacia la arbitrariedad[22]


Si el conceptualismo artístico tenía también su parte de caos teórico e ideológico lo que sí es cierto es que la valoración de Marchán contrastaba con la de Bozal o Calvo Serraller. Si como considera la crítica hacia la institución es obviada ya a mediados de los años setenta, el caso de los artistas es también flagrante, jóvenes que quieren entrar en el entramado artístico sin poner nada en solfa, se renuncia a valores que eran centrales en la vanguardia y, lo que parece peor, separando la actividad artística de la sociedad para entregarse al dominio de la sociedad capitalista[23]. Por tanto, no se podría valorar el estado de la estética en mil novecientos setenta y cinco sin hacer referencia a la realidad social o a la realidad intelectual que durante aquel periodo se vivía no sólo en España, marcada por el debate ideológico y político frente al manierista y tradicional. La situación de la pintura en la sociedad neoliberal y las intervenciones conceptuales conforman el estado transitivo hacia una democracia que no tardaría en llegar, siquiera como desencanto ante la situación política que España había vivido durante cuarenta años de dictadura, pero ¿dónde quedó el proyecto conceptual? Las dificultades señaladas por Bozal para realizar una actividad artística en libertad fueron la censura, el control educativo y la represión, entre otras, señalando hacia la importante alianza entre el poder político y el cultural. La situación revisionista del mundo del arte, dividido en presupuestos figurativos o conceptuales, nos llevaría a preguntarnos: ¿No es la figura concepto, no es el concepto una figura? Al final, todo se vería limitado a la mercantilización de sus productos, optando por la coexistencia de los planteamientos de Bozal, luchando desde la consideración de una estética no separada de la sociedad y la opción revisionista de Marchán, más favorable al desarrollo de un arte que se planteaba desde la innovación y la contextualización internacional. Así, llegó el evento donde cristalizaría la historia de la vanguardia desde la República a la muerte del dictador. Si Calvo Serraller en los años ochenta consideró que los intentos conceptuales eran poco menos que vanos intentos de escapar de una situación irreversible, lo que sí es cierto es que el año mil novecientos setenta y cinco fue todo menos un periodo de paréntesis o purga. Las diferencias marcadas entre las prácticas llevadas a cabo en Madrid y Barcelona, la aspiración a un arte que no perdiera el rumbo seguido en otros lugares fuera de España, pueden explicar todos los movimientos económicos, políticos, sociológicos que tanto en la sociedad y, por extensión, en todos los procesos que marcaban la modernización del país se produjeron en aquellos momentos iniciales que continuarían en la mercantilización del arte español de los embrionarios años ochenta. Algo que recordaba zaj en 1968:


Complacencia las cosas son como son. Qué se le va a hacer. Ya se irán arreglando con el progreso de la técnica y la ciencia. No hay que ser utópico sino fijarse objetivos concretos y no especular. Tener criterios prácticos y realistas. Sin pedir demasiado. Cumplir cada cual su tarea. Las ideologías están superadas pues vamos hacia sociedades científicas y técnicas. La gente ha sufrido mucho con la guerra. Además, no tiene ganas de líos, sobre todo cuando vive bien. Las aventuras son peligrosas. Con el aumento del nivel de vida las sociedades se hacen más abiertas. Hasta la iglesia evoluciona, sobre todo el clero joven. La transformación ha sido enorme y nadie quiere volver a lo de antes. Las figuras del pasado están gastadas. La sensatez se impone cuando la gente tiene algo que perder. Las nuevas generaciones son más prácticas. No es probable que el progreso se detenga a menos que haya una depresión. La ciencia económica sabe ya cómo hacer frente a esas crisis que resultarían intolerables, en general, la gente tiende hoy en día a solucionar sus problemas sin esperar a que se los resuelvan los demás. La política no es ya una panacea. Por otra parte, hay que andarse con cuidado en estos tiempos difíciles. Por menos de nada le meten a uno en un lío. Quedan cosas por hacer pero se espera a que vengan poco a poco. Las gentes se adaptan a la situación y consiguen arreglárselas bastante bien[24].
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[1] CALVO SERRALLER, Francisco, op. cit., p. 142.
[2] “A partir d’aleshores es va a començar a traspasar el llindar d’una cultura de la resistencia a una cultura democràtica, la qual cosa canviaria la situació. Aixa mateix, gairebé per casualitat, va a coincidir amb la crisi de l’avantguarda tardana internacional. A Espanta hi confluyesen, doncs, els problemas socials com a conseqüència del canvi de régim i la crisi del propi paradigma de l’avantguarda en el marc internacional, en l’accepció forta assenyalada”, “Madrid-Barcelona o viceversa en bitllet d’anada i tornada”, conversación entre Simón Marchán Fiz y Pilar Parcerisas, Madrid 1 noviembre 1991, Idees i actituds. Entorn de l’art conceptual a Catalunya, 1964-1980…, op. cit., p. 87.
[3] “Partiendo de que la sensibilidad humana está muy relacionada con los sentidos en cuanto a efectos estéticos se refiere, podemos definir que nuestra sensibilidad no está del todo desarrollada […] El desarrollo de los SUBSENTIDOS puede crear para nosotros la posibilidad de una nueva estética”, “Los subsentidos”, ibidem, p. 176.
[4] COMBALÍA, Victoria, La poética de lo neutro. Análisis y crítica del arte conceptual, Anagrama, Barcelona, 1975, pp. 16-17.
[5] TORRENT, Rosalía, España en la Bienal de Venecia, Universidad de Castellón, 1997.
[6] “Los años 75-78 fueron absolutamente decisivos en muchos aspectos, desde el punto de vista político del país, es evidente. Muere Franco, hay un planteamiento de una nueva sociedad. Desde el punto de vista artístico, se produce el fenómeno de la Bienal de 1976. Cuando nosotros comenzamos a trabajar en el proyecto, decidiendo que se titulara Vanguardia artística y realidad social, lo que queríamos era analizar qué había pasado con esa doble lectura durante el franquismo en una realidad social determinada y, sin embargo, era una vanguardia tolerada, auspiciada, mientras que otros planteamientos realistas como Estampa Popular, eran sistemáticamente machacados. Entonces era un discurso muy complicado, hacerlo en esos momentos era muy arriesgado. A mí me retiraron el pasaporte tres veces, tenía que salir clandestinamente para ir hacia Italia, en el trayecto entre Barcelona y Génova teníamos todo tipo de trucos. Por otro lado, conceptualmente también, ¿qué sucedió? En ese momento, cuando empezamos en 1974, muchísima gente se dio de baja porque vio que aquello era peligroso y algunos eran funcionarios y podía costarle su carrera. En 1975, al morir Franco, está a punto de inaugurarse la Bienal y, de repente, la junta decide dar un espaldarazo. Los italianos invitan incluso a CCOO y UGT para que vayan a la inauguración y se convierte en un acontecimiento. De modo que la Bienal comienza a expender certificados de democracia. Los que están ahí y se han jugado el tipo son verdaderos demócratas y los que no han estado no lo son. De repente, todo el mundo quiere estar. Esto, claro, es imposible porque se produce tres meses antes de la inauguración”, CORAZÓN ARDURA, José Luis, Lugares de la memoria. Entrevista a Alberto Corazón, entrevista inédita.
[7] “Creo que falta un elemento notable: un análisis de la condición de clase de arte y de sus consecuencias para la actividad artística en la sociedad capitalista y en la sociedad española en particular”, ibidem, p. 127.
[8] “El conceptualismo ejercía una crítica de la producción artística que afectaba a la institución arte como un todo: a la obra, a sus modos de producción, a la distribución y al consumo, al contacto con las masas, a los canales, etc.”, MARCHÁN FIZ, Simón, “Los años setenta entre los medios y la recuperación pictórica”, ibidem, p. 188.
[9] “En el campo teórico, un nuevo tema fue motivo central del debate: la condición mercantil del arte […] La práctica ha sido considerablemente más rica que la teoría. Han sido los mismos artistas los que se han lanzado con mayor empeño que nadie a una revisión crítica de lo hasta entonces aceptado”, BOZAL, Valeriano, “Para hablar del realismo no hay que hablar del realismo, España. Vanguardia artística y realidad social, Gustavo Gili, Barcelona, 1976, p. 116.
[10] Ibidem, p. 123.
[11] Ibidem, p. 125.
[12] “En una palabra, el Grup de Treball se planteaba su existencia desde un análisis de esa normalización, no desde las posiciones del antifascismo. Igualmente escapaba a la ideología populista, tan querida del expresionismo social y tan desarrollada en los medios del realismo socialista”, ibidem, p. 126.
[13] Ibidem, p. 128.
[14] Ibidem, p. 130.
[15] Ibidem, p. 135.
[16] MARCHÁN FIZ, Simón, “Los años setenta entre los nuevos medios y la recuperación pictórica”, España. Vanguardia artística y realidad social, op. cit., p. 168.
[17] Ibidem, p. 171.
[18] “La ambigüedad de comportamientos, sobre todo, en las galerías –desde las actitudes heroicas hasta las más oportunistas- ha sido inevitable. No por caprichos o arbitrariedades, sino por las razones objetivas de la economía de mercado. Es evidente que a medida que nuestra sociedad se ha aproximado a los modelos económicos neocapitalistas, la comercialización del arte –incidiendo cada vez más, aunque no determinando, su propia evolución- se convierte en una manifestación más de la absorción de todos los sectores donde se han asimilado con rapidez prácticas neocapitalistas”, MARCHÁN FIZ, Simón, ibidem, p. 173.
[19] “A finales de 1973 el balance apuntaba varios hechos: el arte conceptual había provocado una inversión en las premisas del arte como idea originario y trataba de promover una transformación en atención a nuestra situación artística y político-social. Esta preocupación por las posibilidades reales de incidencia alteraba presupuestos subjetivistas o cientifistas al uso. No sólo negaba la autonomía artística, sino que pretendía devenir una práctica social transformadora”, ibidem, p. 177.
[20] Ibidem, p. 179.
[21] Ibidem, p. 183.
[22] Ibidem, p. 187.
[23] Ibidem, p. 188.
[24] CASTILLEJO, José Luis, La política, zaj, 1968.

1975. España.Estética




Después de treinta años de democracia en España conviene dirigirse hacia lo que se puede denominar como generación del desencanto para entender que, de alguna manera, la influencia que ha tenido la estética sobre la sociedad de nuestro tiempo no deja de ser una tarea utópica y, precisamente, buscar su espacio en ella es una tarea siempre por hacer. Si atendemos a lo que ha sido la transición del tardofranquismo hacia la democracia, veremos que realmente el año mil novecientos setenta y cinco es importante por distintas razones, bien sea por la alegría tras la muerte de Franco o porque aquel caduco sistema político, económico y cultural se iba viniendo abajo.

Si en el mundo había un recrudecimiento de la guerra fría, en España el dictador había firmado once penas de muerte –de las cuales se cumplieron cinco a miembros de ETA y del FRAP-, en Europa se retiraron los embajadores y, además, llegaba la independencia del Sahara. Todo este confuso panorama político internacional se ve reflejado en una bajada importante del invento del turismo en España. Y dos días después de la muerte de Franco, con Juan Carlos I se vuelve a instaurar la monarquía. También es cierto que es el año de El desencanto, documental metafórico conocido por ser el reflejo de la decadencia de un régimen en el que se retrata el final de una familia cuya figura sobresaliente fue el laureado poeta Leopoldo Panero -quien era además responsable del Instituto Hispánico-, encargado de las diversas actividades culturales que el franquismo trataba de mantener como enseña de una educación cuyo centro era la tradición, la religión y la propia familia, aquello que Vicente Aguilera Cerni denominaba el enfrentamiento al mundo de papá por parte de sus hijos[1]. En ese año el mundo no era como uno imaginaba y toda esa alegría ciertamente ingenua y juvenil acabaría por terminar trágicamente. Además, se cumplían cien años del nacimiento de Rilke y de Antonio Machado.

¿Qué tienen que ver estos hechos con el estado de la estética en España en aquel tiempo? Si bien es cierto que políticamente no estábamos en la situación de los años de posguerra ni en los cincuenta ni en los sesenta, es patente que el franquismo ya se encargaba de dificultar la expansión de lo que se denominaba la industria cultural[2]. ¿Cuáles serían los principales lugares donde el intelectual tendría que actuar? ¿Qué relación había entre lo que se llamó la alta y la baja cultura y una sociedad española que definitivamente dejaba cuarenta años de dictadura para volver a madurar en democracia? Y, por extensión, ¿qué lugar tiene el intelectual esteta en la sociedad actual? ¿Optar por un arte de museos, colecciones o galerías, es decir, de minorías, o bien dirigirse a un arte popular que todos alcancen? Si Aguilera Cerni consideraba que la necesidad de la crítica de arte estaba vinculada a esta incómoda distinción de lo minoritario y lo popular, cuando ambas pertenecen a la misma sociedad[3], la valoración de Gaya Nuño es sorprendentemente optimista en relación a la importancia que la crítica de arte española poseía en mil novecientos setenta y cinco[4]. La posición de Valeriano Bozal, partiendo de un marxismo realista –realismo[5] era una palabra habitual en aquellos años[6]- declaraba que el papel del intelectual tenía un sentido directamente relacionado con la organización de la cultura y su ascendente social: “Ya es posible hablar de un intelectual colectivo como una realidad concreta, no como metáfora”[7]. Se trataba de apostar por un pensamiento que iba a enfrentarse radicalmente con aquel poder sustentado en la censura y en la política represiva que, desde una perspectiva fuertemente ideológica, iba a llevar a lo que podría denominarse la modernización de un país demasiado gris que pretendía alcanzar un status democrático. Para Bozal, las principales dificultades que tenía la industria cultural española desde los años sesenta estaban determinadas por el control de la censura, la enseñanza y el proyecto educativo, una política fuertemente restrictiva y represiva que seguía mostrando que lo político dominaba en buena parte el entramado cultural, hecho que en relación al arte español deviene constante histórica. Si había algún espacio para la aparente apertura democrática española era el hecho de que Franco y sus responsables ya habían tratado el problema atajándolo directamente durante los años cincuenta y sesenta, así fue el caso de las Bienales de Alejandría, São Paulo y Venecia, donde se mostró el trabajo de algunos artistas españoles para mostrar al exterior su carácter aperturista, entre los que se contaban Antonio Saura, Manuel Millares, Rafael Canogar, Juan Genovés o Darío Villalba -con independencia de sus posteriores decisiones contrarias al régimen-, hasta Antoni Tàpies, quien en mil novecientos setenta y tres publicaba un curioso libro titulado El arte contra la estética[8] –mostrando por otra parte una confusión conceptual importante- donde afirmaba que las ideas cercanas al arte social, político, conceptual o de participación debían mostrar una ideología práctica[9]. Ya sabemos que el enfrentamiento con el Grup de Treball no tendría gran trascendencia, al final unos y otros terminarían por no cumplir sus compromisos de una manera rotunda salvo en casos aislados, cuando se preocupaban más de la influencia del arte en la sociedad que de su propia conceptualización. Simón Marchán Fiz ya había publicado en 1974 Del arte objetual al arte de concepto, considerando que el arte conceptual hispánico se caracterizaba por dos aspectos: era crítico con la vertiente anglosajona porque pretendía transformar una sociedad específica donde el arte tenía una intención transformadora[10] y, en segundo término, su relevancia estaba en que había tratado de cuestionar el mercado del arte y el objeto artístico tradicional, pero no aclaraban su posición frente a una estética en situación crítica -en analogía al arte-, aún valorativa y con pretendida vocación por la objetividad ya que los artistas conceptuales no van a tardar en entrar en un espacio normalizado, es decir, vinculado a una sociedad que consume imágenes sin darse cuenta del hecho mortal del arte[11]. A partir de los años sesenta y setenta a nadie le extrañaba que los objetos tradicionalmente artísticos se transformaran en acciones poéticas o musicales (Encuentros de Pamplona), en intervenciones en espacios (el conceptual en Banyoles) o que se acudiera al arte povera olvidando en principio el carácter objetual y mercantil de la obra de arte, pero sabemos que la sociedad técnica es capaz de asimilar cualquier cosa. Mientras la estética no adoptara una posición autocrítica poca relación ideológica tendrá no sólo en los museos sino en la propia vida de una sociedad menos represiva[12].

Es importante subrayar que el estado de la estética en aquel año se vio inmerso, más que en los títulos aparecidos en los inicios de los años setenta, por ejemplo, la concesión en este año del Premio Anagrama de Ensayo a El artista y la ciudad de Eugenio Trías, en la situación que se vivió en los preparativos para la vuelta a la democracia y a la participación española en la XXXVII Bienal de Venecia (1976), cuestión que nos llevaría a hablar de la revisión historiográfica del arte español oficial, extrañas detenciones como la que sufriría Eduardo Arroyo como representante de la muestra veneciana y la aparición de nuevas propuestas artísticas que no correspondían a lo que Juan Antonio Aguirre denominó Nueva Generación[13] como reacción al arte informalista, a pesar de que se hubiera anunciado en sucesivas ocasiones su muerte ya a principios de los años sesenta. Queremos decir que en aquellos momentos de transición no podemos escabullir la dependencia política del arte, bien como resultado de la ideología enfrentada al régimen franquista por parte de la izquierda española, bien como cultura manejada desde las instancias del poder oficial. Lo que ocurriría es que la Bienal del año 76 iba a convertirse en una revisión del arte español de los cuarenta años de dictadura y también iba a mostrar las nuevas tendencias conceptuales más politizadas que serían apartadas por el triunfo de la nueva figuración, menos preocupada por el aspecto crítico de la sociedad y por la adecuación de las propuestas estéticas aparecidas en el extranjero, esa palabra tan española. Francisco Calvo Serraller consideró con frialdad la reacción conceptual española en relación a las propuestas que internacionalmente se afirmaban. Su visión de los años setenta en España tiende a señalar que fue una etapa de introspección y de purga, en términos ciertamente raros: un paréntesis[14]. Sorprendente porque no consideramos que se deba hacer del año mil novecientos setenta y cinco un momento de incertidumbre estética, más cuando las propuestas que se afianzaban en los setenta provenían de artistas cuyos trabajos ya tenían una década y en algunos casos dos, es el caso de Luis Gordillo. Lo que sí estaba en juego era continuar con una práctica artística que los conceptuales consideraban superada y optar por la utópica idea de romper con la mercantilización de sus productos. Si bien es cierto que la figuración no fue sólo un caso español sino que correspondía a lo que estaba ocurriendo en el resto de Europa, la valoración de Calvo Serraller señala la importancia de la influencia de Gordillo y Juan Antonio Aguirre, hecho que debiera matizarse. También es cierto que tan apartados no estaban los artistas españoles como puede determinar la influencia de Dalí, Miró, Tápies, Chillida o el informalismo hispánico durante los años cincuenta[15]. Precisamente en esa nueva pintura figurativa habita una conceptualización que había terminado con aquella barrera entre la abstracción y la figuración. Al final, la derivación pop española no tendría tampoco una influencia tan relevante porque correspondía históricamente a la década de los años sesenta y porque estaba estrechamente vinculada a la mercantilización del arte y el auge capitalista, hechos que llevaban al rechazo de las propuestas conceptuales que ya habían aparecido en España gracias a grupos como zaj donde, en buena medida, se había conectado con la vanguardia italiana o norteamericana o en el caso del trabajo de Antoni Abad, Alberto Corazón, Nacho Criado, Antoni Muntadas, Francesc Torres, Isidoro Valcárcel Medina u otros que, fuera del ámbito pictórico, desde la renovación de la poesía o la música habían construido en España nuevas tendencias estéticas. Queremos decir que la historia nos hace creer que lo valioso había sido la incipiente propuesta figurativa madrileña y que las incursiones en un arte menos tradicional habían tendido a ser menores, pero lo que se puede constatar es que estas propuestas, en mayor grado catalanistas, tenían intenciones políticas y sociales, no hay que obviar que en aquellos años Barcelona era una ciudad más abierta a este tipo de incursiones: “Sabías, lector, que el catálogo de la novena Bienal de París (1975) tiene dos páginas en blanco y que corresponden a la participación del Grup de Treball?”[16].
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[1] “El alumnado debía ser pasivo, dócil, receptivo. Pero, al mismo tiempo, quisieron incrementar la cantidad de los instruidos, de los educados, de los enseñados. Las principales consecuencias de esta ideología han sido: el espectacular incremento de la población universitaria, su densa concentración en los núcleos docentes, su creciente antipatía hacia los sistemas de enseñanza envejecidos, la despersonalización del alumnado, la imposibilidad de intervención de los discípulos en el sistema educativo, así como la protesta por tener que soportar a perpetuidad las anticuadas rutinas ideológicas y pedagógicas de la mayor parte de los profesores”, AGUILERA CERNI, Vicente, “La insurrección estudiantil, el arte y otras cosas”, Textos, pretextos y notas. Escritos escogidos 1953-1987, t. I, p. 156.
[2] “Ya no sucedía como en los años cincuenta cuando buena parte de la actividad intelectual marxista discurría a través de la crítica artística, cinematográfica y literaria. Ahora se ampliaba el espectro y esa actividad intelectual se ha convertido en elemento básico de los campos más notables de nuestro pensamiento y nuestra cultura”, BOZAL, Valeriano, El intelectual colectivo y el pueblo, Comunicación, Madrid, 1976.
[3] AGUILERA CERNI, Vicente, “Arte y popularidad: sobre el comportamiento del arte contemporáneo”, op. cit., pp. 161-169.
[4] “Y, en definitiva, a la hora de poner en la balanza los bienes y los males de la crítica española de arte en la hora presente, año de 1975, nadie podrá dudar de que está viviendo su mejor etapa, en cualquier de sus muchos aspectos. Los que, a su vez, componen, se acepte o no, un gran género literario. Lo realizado en este siglo por todos cuantos han escrito acerca de estética, o de arte, ya sea historiándolo, ya comentándolo, no cabe en ningún adjetivo, por encarecedor que pretendiera ser”, GAYA NUÑO, Juan Antonio, Historia de la crítica de arte en España, Ibérico Europea de Ediciones, Bilbao, 1975, p. 328.
[5] DÍAZ SÁNCHEZ, Julián, “Realismos, un campo minado”, Perfiles de la crítica (1951-1976), La crítica de arte en España (1939-1976), Istmo, Madrid, 2004, p. 45.
[6] “Desde el momento en que un periodo histórico es determinado por factores de tipo económico, cultural, político y social […] desde el momento en que la obra de arte es un producto cultural que, como tal, debe responder a su momento histórico […] Para alcanzar este empeño parece necesario un realismo contemporáneo estrechamente unido a los factores de transformación de nuestra sociedad”, EQUIPO REALIDAD, “Manifiesto” (1967), en La postguerra. Documentos y testimonios II, recop. Vicente Aguilera Cerni, Ministerio de Educación y Ciencia, 1975, p. 169.
[7] BOZAL, Valeriano, El intelectual colectivo y el pueblo, Comunicación, Madrid, 1976, p. 15.
[8] Sorprenden las afirmaciones recientes del propio Tàpies en El País Semanal (noviembre 2004) donde, con motivo de la inauguración de su última exposición en el MNCARS, afirma que los críticos de arte que más le gustan son sus amigos.
[9] “La idea de participación, sin ningún género de dudas, ha de parecer fundamental a todo espíritu democrático con inquietudes socializantes. Y por esto no es extraño que en arte esta idea haya resultado muy atractiva para quienes precisamente quieren hacer apostolado –con tanta razón- en los lugares opuestos a este espíritu. Pero a veces se olvida que la participación, cuando se la emplea sólo formalmente y sin contenido alguno, corre el peligro de cambiar de sentido y convertirse en lo que se llama colaboracionismo. Porque en esto pasa como en todo. Sin unos principios válidos que la justifiquen, sin una correcta base ideológica, tanto en arte como en política o en lo que se quiera, la participación no es ninguna garantía de bondad. Puede ser también una farsa, por desgracia no sólo inútil, sino contraproducente”, TÀPIES, Antoni, “La participación en el arte”, El arte contra la estética, Planeta-De Agostini, 1986, p. 88.
[10] “En este sentido el arte conceptual ha tomado contacto inesperadamente con el fantasma del realismo y con los problemas de la lucha ideológica de clases, de la lucha en general, y está traicionando las posiciones puristas de los diversos conceptualistas en el sentido estricto y originario”, MARCHÁN FIZ, Simón, Qüestions d’Art, nº 28, en La postguerra. Documentos y testimonios, op. cit., pp. 125-127.
[11] “El hecho de que el arte no esté ya en lugares distintos ni parezca apelar a una sensibilidad estética específica pudo hacer creer a quienes no distinguieron nunca la residencia de la función (el museo de arte, digamos) que la tarea específica del arte se había disuelto en la rutina de la actividad o la producción cotidiana. Pero si el arte debe estar hoy en la industria, la moda o la revolución, es precisamente porque es allí donde su función es más necesaria: la función de apuntar a lo posible más allá de lo real; de indicar, más allá de lo perceptible, lo imaginable. Y esta función no sólo es distinta sino frontalmente opuesta a la tendencia autoperpetuante de las instituciones sociales y culturales que pretenden controlar aquellas actividades”, RUBERT DE VENTÓS, Xavier, La estética y sus herejías, Anagrama, Madrid, 1973, p. 32.
[12] “En un mundo cuyas pompas y obras hemos tendido entonces a denunciar como una realidad infectada a la que bastaba acercarse para quedar contaminado, y frente a la que debía anunciarse, no ya una nueva política, sino una nueva vida estético-erótica, una nueva sociedad no-represiva, una nueva cultura no mercantilizada, una nueva estética que transformara las relaciones interpersonales y los usos sociales”, RUBERT DE VENTÓS, Xavier, ibidem, p. 392.
[13] “Las razones de Nueva Generación, explicó Aguirre en 1990, estriban en una reacción frente al informalismo, también frente a los realismos políticos; tan larga que, todavía en 1980, Juan Manuel Bonet, Francisco Rivas y Ángel González, el poderoso trío de críticos, la conducirían hacia un discurso radicalmente antipolítico, con la consiguiente indignación de quienes, como Valeriano Bozal y Tomás Llorens habían defendido otras opciones”, DÍAZ SÁNCHEZ, Julián, op. cit., p. 103.
[14] “Así, sin duda, hay que definir la situación del panorama artístico internacional durante los setenta, cuya vanguardia, en su apertura y maximalismo extremos, pareció tocar el fondo de la insignificancia, pues ya no era sino mera reducción formal del lenguaje a simples estructuras, el minimalismo, o, todavía más allá, una estrategia mental de sugerencias abstractas, el conceptualismo; en definitiva: una denuncia avergonzada de que el arte aún se permitiese seguir siendo tal. Años, pues, de meditación y penitencia. En España, no obstante, no se puede apreciar, durante aquellos mismos años, una correspondencia exacta con lo que estaba aconteciendo fuera. Aislados política y culturalmente de Europa a partir de la Guerra Civil, esta falta de sincronía con el arte internacional más avanzado no era, en realidad algo extraño, ni consecuentemente sorprendente […] Quiero decir que la repercusión de ese último eslabón de la vanguardia analítica internacional aquí apenas se notó de forma explícita, aunque no quiera ello significar, ni mucho menos, que la procesión no fuera por dentro”, CALVO SERRALLER, Francisco, Del futuro al pasado. Vanguardia y tradición en el arte español contemporáneo, Alianza Forma, Madrid, 1988, p. 136. Por otro lado, es curioso que el autor no haga referencia a la participación española en aquellos años en la Bienal de París o en la Documenta de Kassel, cuando algunos artistas conceptuales, a instancias de Harald Szeeman, responsable de la muestra, colaboraron extraoficialmente.
[15] Sorprende que en los análisis del arte español de los últimos cien años Juan Manuel Bonet no haga mención de la importancia que tuvo la Bienal de Venecia del 76, más cuando se hace una valoración de lo que fue el arte español internacionalmente y sí mencione convocatorias anteriores. También que el arte conceptual sea ignorado: “Los sesenta fueron también años de experimentos conceptuales, destacando los del argentino Alberto Greco y los del grupo ZAJ, y las propuestas radicales y politizadas de Antoni Muntadas o Alberto Corazón. La geometría fue el dominio de Elena Asins o José María Iturralde”, BONET, Juan Manuel, “Un siglo de arte español dentro y fuera de España”, Alberto Corazón. Inscripción de la memoria, Ministerio de Asuntos Exteriores, 2003, p. 17.
[16] MERCADER, Antoni, “Sobre el Grup de Treball”, Idees i actituds. Entorn de l’art conceptual a Catalunya, 1964-1980…, Centro de Arte de Santa Mónica, 15 enero-1 marzo 1992, p. 65.

10 enero 2008

PSJM: el lujo de la iconoclasia al alcance de todos

José Luis Corazón Ardura

Es imposible criticar a la industria cultural y enmudecer ante el arte.
ADORNO

Estoy hablando de las cosas meramente inútiles; pero hay otros objetos que no solo son totalmente inútiles, sino que son activamente destructivos y venenosos y obtienen buen precio en el mercado; por ejemplo, la comida y bebida adulteradas. Es ingente el número de esclavos que el comercio competitivo emplea para producir ruindades semejantes.
WILLIAM MORRIS



En su estudio sobre la innovación y la economía cultural, Boris Groys señala cómo lo nuevo significa la vuelta de una transmutación de los valores que afecta directamente al mundo de la cultura[1]. La utilización de elementos que tradicionalmente habían estado relacionados con un mundo conservador, donde lo artístico propiamente correspondía a una sensibilidad especial con su propio mundo referencial, elevado ante lo que se identificaba como baja cultura, era la respuesta ante una banalidad mayoritaria vinculada al disfrute del ocio, la dedicación a uno mismo o la exhibición permanente frente al otro. Pero lo que sí es cierto es que ese espacio de cultura –señala Groys- no sería nada sin la influencia de lo que la alta cultura considera que es el espacio profano. Es más, el capitalismo ha conseguido que el espacio de la cultura se haya convertido en ese tiempo de ocio donde parece que se ubica ahora el arte. Sin duda, la influencia de la retórica en el mundo de la empresa, los negocios, el derecho, las decisiones a nivel mundial o en la mera presencia del individuo, estaría en esa dirección. Usan procedimientos de la alta cultura para su propio beneficio, con las ganancias se afianzan unas modas artísticas en detrimento de otras, el objeto artístico cuesta porque posee un gran valor de cambio. El arte actual desde las vanguardias -el constructivismo, el dadaísmo, el futurismo o el pop art- ha dedicado sus esfuerzos a encontrar su lugar en la ciudad, reaccionando desde un postulado elitista que aboga por un arte vital y realista -en un sentido romántico porque iba la vida en ello- y también bajo un presupuesto económico, en el sentido de exhibirse o venderse como un objeto más del mercado capitalista, lujoso y de consumo: una marca.

El trabajo de PSJM esconde tras sus irónicas representaciones la capacidad de llegar a un lugar común entre lo que consideramos arte y los productos de consumo vinculados al capitalismo. La legitimación de un objeto como arte sabemos que es uno de los elementos que conforman la industria cultural. Si usted no posee un picasso, aún puede acercarse a un museo y llevarse una reproducción. Esto sería ser conscientes de la diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio, si el arte pertenece sólo al arte como arte, al arte como mercado o al mercado como arte. Esta es la inversión de los valores, usted lo puede regalar, colgar en su cocina o meterlo en una caja o darle un significado artístico en nombre del apropiacionismo, pero un arte democrático quiere decir un arte donde el poder del demos (el individuo y su libertad) se encuentra con el poder de la kratía (el poder del mercado). En ese sentido, PSJM se convierte en una empresa que ofrece un producto artístico en un sentido literal, pero también metafórico, es un concepto, una reflexión, una representación y, por tanto, esconde una intención también simbólica y poética. Son productos mercantiles reproducidos en serie que tienen origen en una ampliación del ready-made, pasando de una forma desapercibida porque se presentan como objetos cotidianos (camisetas, mecheros o señales). Lo que ha de subrayarse es que al simulacro se incorporan unos nombres, ya logotipos, transmisores de un mensaje[2]. Es el propio signo la representación de unos nombres vinculados al mundo de la cultura y al de la moda, como Adorno, Barthes, Benjamin. Porque esas marcas son además inscripciones, la industria cultural deviene también normalización, formalización y presentación: materialismo dialéctico.

Si Adorno había señalado que precisamente el arte era un espacio autónomo donde se introducía un momento negativo –el arte porta consigo su propia destrucción y contradicción, esto es, su caducidad-, hay que considerar que los objetos pertenecientes al arte son productos del trabajo social[3]. A pesar de esta contraposición, aunque los objetos de PSJM sean cotidianos o sociales, tienen una particularidad, son objetos donde se origina la disonancia entre lo que se muestra y lo que quiere señalar al convertir marcas en mensajes: “Esto es una obra de arte”, “Made by sleaves for free people”, “Esto no es una obra de arte”.
La consciente conversión en empresa de PSJM está vinculada con una radicalización del presupuesto que identifica el arte con el mercado y al artista con el hombre de negocios, sabiendo que este espacio es algo más: “El arte sólo va más allá del mercado (que le es heterónomo) añadiendo su autonomía a la imagerie del mercado. El arte es moderno a través de la mímesis de lo endurecido y alienado; habla de este modo, no renegando de lo mudo; que ya no soporte nada inofensivo procede de ahí”. Son las imágenes que servirán para identificar a un artista (Koons, Sturtevant, Beuys) o a un mensaje definitivamente político y crítico con el funcionamiento de algunas empresas cuyas fábricas aprovechan la mano de obra para ampliar beneficios (“Made by kids for kids”). Son declaraciones que no suponen una vuelta ingenua a la utopía feliz del capital, a la manera de Charles Fourier o William Morris. Aunque estén en la misma órbita, en su opúsculo Arte y socialismo, Morris afirmaba con razón que había épocas donde el arte estaba por encima del comercio, el mercado se había convertido en algo importante y el arte en poca cosa[4].
El tratamiento del icono lleva a PSJM a vincular los propósitos de Malevitch con Mickey Mouse para identificar el arte actual y su presente. Se trata de encontrar un punto medio entre el mundo de la señalética, el arte conceptual o performativo, la función del arte social y el metafórico valor de uso de los objetos. Ese espacio es el lugar de exposición y la preocupación por la cuidada presentación de sus dispositivos. Son cajas de luz –lo que brilla es el lujo-, videoproyecciones, graffiti, ocupación de las paredes, instalación escultórica de objetos o azafatas que susurran mensajes cuyo origen estuviera en el pensamiento baudeleriano, relacionado con el lugar extraño del artista de la vida moderna que quiere acogotar a los pobres.

[1] “La innovación es transmutación de valores, cambio en la situación de cosas particulares a la vista de las fronteras del valor que separan los archivos culturales valorizados del espacio profano”, GROYS, Boris, Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural, trad. Manuel Fontán del Junco, Pre-textos, p. 89, 2005.[2] En este sentido cabe resaltar la importancia de los títulos de PSJM para señalar hacia su verdadero interés: Fuera de contexto, dentro del mercado, Marcas Ocultas, Situación crítica, Capitalismo, entre otros.[3] “La fuerza productiva estética es la misma que la del trabajo útil y tiene en sí la misma teleología; y lo que se puede llamar relación productiva estética, todo aquello en lo que se encuentra integrada la fuerza productiva y en lo que se activa, son sedimentos o improntas de la fuerza productiva social”, ADORNO, Theodor W., Teoría estética, trad. Jorge Navarro Pérez, Akal, 2004, p. 15.[4] V. “PSJM. Dialéctica del arte democrático”, CERECEDA, Miguel, www.psjm.es.

Como si no pasara nada. Nihilistas en acción.

José Luis Corazón Ardura

Muerte es todo lo que despiertos vemos: todo lo que durmiendo, sopor.
HERÁCLITO

La Nada no tiene ningún centro y sus límites son la Nada.
LEONARDO DA VINCI

Quien menos conoce la época es quien no ha experimentado en sí el increíble poder de la Nada y no sucumbió a la tentación.
JÜNGER


El arte como crítica inversa
El nihilismo es la busca que, partiendo de la destrucción dialéctica propia del espíritu negativo, acaba por señalar hacia la inversión del futuro en un presente abandonado
[1]. Lo nihilista es una disposición que acaba en el escepticismo ante la realidad porque su pesimismo le ha llevado a la renuncia y al abandono, es un nuevo idealismo invertido que trata de encontrar una superación de la propia muerte. De ahí, el escepticismo surge cuando todo da igual o cuando todo da lo mismo. Este dar en lo mismo es la carencia de un futuro previsible, la proyección del futuro cancelado por la seguridad y la destrucción. Y este es el significado que para los griegos poseía la palabra krinein, de donde viene la palabra crítica: el nihilismo comparece de una manera negativa, ante el autor, el espectador, la realidad o el propio arte. Si la privación de la propia obra es otro modo de muerte, seguramente haya sido Maurice Blanchot quien haya ligado de forma exhaustiva la idea de arte a la experiencia de la negación, mediante lo que Nietzsche señalaría como un nihilismo activo, consciente de que su propia creación es destrucción, sin ignorar que el arte comparece especularmente, como una alteración donde el mundo se vacía a causa de su conciencia mortal. Como afirma, no se trata de que a través del arte lleguemos a conocer el mundo en su aspecto económico, político, ético o estético. El arte es precisamente la negación del mundo cuando se presenta. El arte deviene entonces inversión del mundo y, por extensión, de sus valores. Es la presencia afirmativa de un impulso crítico cuando el mundo viene a ausentarse: “El arte es esta pasión subjetiva que ya no quiere participar del mundo. Aquí, en el mundo, reina la subordinación a los fines, la mesura, la seriedad, el orden –aquí la ciencia, la técnica, el Estado-, aquí la significación, la certeza de los valores, el Ideal del Bien y de la Verdad. El arte es “el mundo invertido”: la insubordinación, la desmesura, la frivolidad, la ignorancia, el mal, el sin sentido, todo esto le pertenece, extenso dominio”[2].

Aniquilación y resistencia
Claudio Magris ha señalado en sus escritos sobre literatura y nihilismo cómo el pensamiento negativo es reflejo de una totalidad social burguesa, una simulacro de su estado natural y cotidiano. El asunto que acucia es que un pensamiento negador, de lo negativo o del nihilismo ha de desconfiar también de sí mismo como ideología y como salvación. El resultado es la inversión nietzscheana de los valores platónicos, sean estos éticos o no. Precisamente, es el arte donde se hace presente la idea de la amenaza y de venganza frente al orden normal de cosas
[3]. También, en la aspiración a la nada del artista cuando, en su momento nihilista, se niega a continuar haciendo. Es la conclusión de Hofmannsthal, cuando escribe en la carta a Lord Chandos: “Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa”. Aunque la incursión en el nihilismo sea poco proclive a radicalizar este presupuesto absolutamente despótico de la negación, ya que eso significaría estar sin hacer algo cuando lo propio del arte es mostrarse como verdad ante lo real o como algo verosímil y ficticio, es precisamente anihilatio (aniquilación) porque deviene escritura que se niega a sí misma en la experiencia del vaciamiento de los valores. Entonces, el arte descubre el umbral de los límites de la sociedad, entre la denuncia de una caridad hipócrita, hipotética e hipotecada y la presencia de una seguridad –afirma Agustín García Calvo- solo dable como administración de la muerte. En ese caso, el arte construye el relato de una realidad donde la negación aparece como otra escritura, diciendo en su inmolación no, a pesar de su recurrencia. El nihilismo en el arte pertenece a lo imaginario y a la pretensión de alcanzar una utopía equilibrada entre lo real y lo deseable. Así, el nihilismo no pretende ser totalizador, sino total. Es consciente de las desviaciones y de la disparidad, en él convive lo extraño y lo propio. Al contrario, el totalitarismo corresponde a un sistema que rechaza la paradoja y la contradicción[4]. Aunque el estado de la sociedad pueda enmascarar la presencia de la desvalorización de los derechos y los deberes de manera ingenua mediante los medios de comunicación de masas, es cierto que, a pesar de que la realidad supere a la ficción, el arte utiliza sus propios medios para andar enmascarado. Porque la realidad construida a partir de la educación uniforme deviene construcción de lo ficticio, vivimos en el simulacro de una seguridad kafkiana donde, como escribe en sus Diarios, “todo se resiste a ser escrito”.

Otra seguridad democrática
¿Cuáles son los antecedentes del nihilismo actual? Tras el análisis de Jacobi, Ernst Jünger los ha situado en la obra de Nietzsche y Dostoievski, señalando que el nihilismo tiene un carácter procesual, vinculando su propia destrucción inherente a una superación donde se observa que, paradójicamente, el mundo capitalista es su propio cumplimiento. Además, es teleológico porque posee una finalidad poco dada al estancamiento. El nihilismo es profundamente activo, como muestra la problemática delimitación de su sentido enfermizo y viral
[5]. Como se dirige a su propia superación, Jünger señala que para Dostoievski el nihilismo es la salida de la comunidad, es la consecución del aislamiento porque no se puede representar nada, ni a la nada. Para Jünger, la vinculación del nihilismo no pertenece al tópico de la enfermedad, el mal o el caos. Su presencia desastrosa se da en un espacio de ingrata decisión, en el paso de la línea de acción y reacción donde vamos conducidos hacia el peligro del límite, traspasando la zona del vacío donde se convierte en memoria lo borrado, ahí donde la vigencia de la violencia se hace incontestable en el seno del imperio[6]: “No hay que esperar que esos fenómenos afloren de modo sorprendente o cegador. El cruce de la línea, el paso del punto cero divide el espectáculo; indica el medio, pero no el final. La seguridad está todavía muy lejos”[7]. Jünger en su consideración del nihilismo afirma que es precisamente el siglo XX el espacio donde se produce de manera rotunda, es el estado dominante y cotidiano donde la inversión de los valores se ha convertido en la norma. Como señala, es lo que le lleva a Leon Bloy a añadir en sus tarjetas de visita: “Empresario en derribos”. El estado de la democracia se hace apenas imposible porque como señala Nietzsche, es el tiempo donde el Estado ya es monstruoso. En primer lugar, por la confianza en una técnica dominante y alienante. Por otro, debido a su presunto confort relativo[8]. La situación es que el estado de la política, de la educación, de la economía, de la ética, de la expresión, es un Leviatán con varios rostros y el poder del dēmos se rebela ante el poder de la kratía. En esa lucha interior y exterior es donde la fuerza nihilista se hace patente, sin distinguir el estado de cada uno, pervirtiendo el concepto de igualdad, ahí donde no se puede ser neutral ni acomodarse porque esa es su victoria[9]. Es ahí donde la libertad es cuestión política y artística frente al nihilismo circundante, es un arte que corresponde a lo que se enfrenta, al vacío de la imagen, a la presencia de un esteticismo del dolor, a una iconoclastia que resguarda y borra en su tachadura, que responde cuando se abre un cuerpo muerto e ironiza con la melancolía irónica que responde a una solución propiamente nihilista: “No puede estar el sentido del arte en ignorar el mundo en que vivimos –y esto trae consigo el que es menos alegre-. La superación y dominación espiritual del tiempo no se reflejará en que máquinas perfectas coronen el progreso, sino en que la época gane forma en la obra de arte. Aquí será salvada”[10].

La ambigua fuerza del canalla
Martin Heidegger, menos dado a muestras de optimismo, considera que el nihilismo es un estado ambiguo, más allá de sí. Este espacio de lo inhóspito, donde el cuerpo enferma y se sostiene sin cura, no debe caer en una recuperación ingenua de la enfermedad y sus lugares. Al hablar del nihilismo en acción, se está hablando también de la repercusión terrorista por parte de los estados –en un sentido ampliado del miedo y de la violencia-, incluyendo los conflictos entre sí y, también, por parte de sus detractores interiores: “como si no pasara nada”. Pero la realidad es diferente porque pasa en formas múltiples asociadas a una separación entre lo que uno es y hace políticamente, cuando la comunidad termina por estar de sobra, superándonos en la ficción de una comunidad autárquica
[11]. Este concepto de democracia por venir ha sido desarrollado por Derrida en el último libro publicado antes de su muerte[12]. Ahí se habla sobre este nuevo terror del Estado a ser atacado, cuando ha iniciado una defensa contra el eje del mal, contra los enemigos convenientes, siendo defensores de unos derechos democráticos atacados sistemáticamente de una manera autofágica. Para prevenir un ataque, “tiene inevitable e irrefutablemente que restringir, en su propio país, las libertades denominadas democráticas o el ejercicio del derecho, extendiendo los poderes de la inquisición policial, etc., sin que nadie, sin que ningún demócrata, pueda oponerse seriamente a ello ni hacer otra cosa que deplorar estos o aquellos abusos en el empleo a priori abusivo de la fuerza en virtud de la cual una democracia se defiende contra sus enemigos, se defiende de ella misma, de sí misma, contra sus enemigos potenciales”[13]. Derrida vincula el ataque a la comunidad llevado a cabo el 11 de septiembre como algo que se lleva a cabo en democracia. Si Stockhausen ya afirmaba que había sido una obra de arte total, Derrida considera que el atentado fue algo permitido[14]. En este sentido, el nihilista no es ya el antiguo terrorista romántico, ni el embozado actual. En la actualidad nihilista y destructora, son algunos estados los que llevan a cabo ese control vigilante de la salud pública, pero en realidad lo que se oculta es el poder del más fuerte. Y por sorpresa, aparece esa acusación de unos Estados a otros de ser Estados canallas (rogue States)[15]: “Los más perversos y los más violentos, los más destructores de los rogue States serían, por consiguiente, en primer lugar, los Estados Unidos y, a veces, sus aliados”[16]. Así se cumplió el nihilismo devuelto con los atentados posteriores de Madrid y Londres.

Como decíamos, el nihilismo que se ha cumplido en la sociedad actual se corresponde en todos sus aspectos al estado del arte, tanto en la imagen de triunfo, como en la de seguridad, cuando lo que subyace es la precariedad de la comunidad. Este porvenir tampoco ha de ser apocalíptico. El arte, si algo queda, relatará su propio fin. Donde debemos descartar la indiferencia por el riesgo, aparece la negación ante un futuro aplazado, tras un pasado impasible: “a fuerza de fracaso a fuerza de fracaso la locura se inmiscuye. A fuerza de escombros. Vistos no importa cómo dichos no importa cómo. Temor del negro. Del blanco. Del vacío. Que ella desaparezca. Y lo demás. Completamente. Y el sol. Últimos rayos. Y la luna. Y Venus. Nada más que el cielo negro. Que tierra blanca. O a la inversa. No más cielo ni tierra. Acabados alto y bajo. Nada más que negro y blanco. No importa dónde por doquier. Que negro. Vacío. Nada más. Contemplar eso. Ni una palabra más. Regresado al fin. Tranquilidad”
[17]. Como si nada pasara, el estricto cumplimiento de un arte nihilista que sigue a la busca de un espacio de libertad, siendo conscientes de que el fracaso por ahora no se nos ha subido a la cabeza.



[1] “El nihilismo es la tendencia al acabamiento […] Es el sentimiento de opresión bajo la materialidad viviente, el cual se descarga en forma de aspiración a la destrucción absoluta”, CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de los ismos, Siruela, 2006, p. 442.[2] BLANCHOT, Maurice, El espacio literario, trad. Vicky Palant y Jorge Jinkis, Paidós, 1992, p. 204.[3] “Para el poeta moderno la expresión de esa experiencia –del valor y del sentido último de la propia existencia- no puede tener lugar en plácida armonía, insertándose serenamente en la continuidad de una tradición y de un lenguaje, sino que únicamente puede realizarse negando e infringiendo esa continuidad armoniosa, situándose fuera de ella. El poeta moderno vive en la expatriación trascendental, entre estructuras –sociales, lingüísticas y literarias- anónimas e impersonales, que lo alienan y desautorizan, privándole de experiencia; vive sumergido en la prosa del mundo, como la llamara Hegel, en la disparidad entre ideal y realidad, entre verdad y presente, entre valor y norma”, MAGRIS, Claudio, El anillo de Clarisse. Tradición y nihilismo en la literatura moderna, trad. Pilar Estelrich, Península, 1993, p. 20.[4] CASTILLEJO, José Luis, La escritura no escrita, Facultad de Bellas Artes de Cuenca, 1996.[5] “Una buena definición del nihilismo sería comparable al descubrimiento del agente cancerígeno. No significaría la curación, pero sí su condición, en la medida en que generalmente los hombres colaboran en ello. Se trata ciertamente de un proceso que supera ampliamente a la historia”, JÜNGER, Ernst, “Sobre la línea”, Acerca del nihilismo, trad. José Luis Molinuevo, Paidós, 1994, p. 23.[6] Este carácter de estar en peligro es etimológicamente lo que origina la palabra imperio.[7] JÜNGER, Ernst, “Sobre la línea”, Acerca del nihilismo, op. cit, p. 45.[8] “La disputa con el Leviatán, que tan pronto se impone como tirano exterior como interior, es la más amplia y general de nuestro mundo. Dos grandes miedos dominan a los hombres cuando el nihilismo culmina. El uno consiste en el espanto ante el vacío interior, y le obliga a manifestarse hacia fuera a cualquier precio por medio de despliegue de poder, dominio espacial y velocidad acelerada. El otro opera de fuera hacia dentro como ataque del poderoso mundo a la vez demoníaco y automatizado”, ibidem, pp. 56-57.[9] “Hacerse visible de semejante modo significa: prestar al Leviatán justo el servicio que a él le agrada, para el que mantiene ejércitos de policías. Recomendar algo semejante a los oprimidos, como por ejemplo desde el púlpito seguro de la radio, es simplemente criminal. Los actuales tiranos no tienen ningún miedo de aquellos que hablan. Esto pudiera ser posible todavía en los buenos viejos tiempos del Estado absoluto. Mucho más temible es el silencio –el silencio de millones y también el silencio de los muertos, que día a día se hace más profundo y que no acallan los tambores, hasta que se convoque el juicio-. En la medida en que el nihilismo se hace normal, son más temibles los símbolos del vacío que los del poder”, ibidem, p. 61.[10] Ibidem, p. 65.[11] “La comunidad tiene lugar necesariamente en lo que Blanchot denominó el desobramiento. Más acá o más allá de la obra, eso que se retira de la obra, eso que ya no tiene nada que ver ni con la producción, ni con la consumación, sino que tropieza con la interrupción, la fragmentación, el suspenso. La comunidad está hecha de la interrupción de las singularidades, o del suspenso que son los seres singulares. Ella no es su obra, y no los tiene como sus obras, así como tampoco la comunicación es una obra, ni siquiera una operación de los seres singulares: porque ella es simplemente su ser –su ser suspendido sobre su límite. La comunicación es el desobramiento de la obra social, económica, técnica, institucional”, NANCY, Jean-Luc, La comunidad desobrada, trad. Pablo Perera, Arena Libros, p. 62.[12] “Pues bien, la democracia sería eso, a saber: una fuerza (kratos), una fuerza determinada como autoridad soberana (kyrios o kyros, poder de decidir, de zanjar, de prevalecer, de dar-cuenta-de y de otorgar fuerza de ley, kyroo), por consiguiente, el poder y la ipseidad del pueblo (demos). Dicha soberanía es una circularidad, incluso una esfericidad. La soberanía es redonda, es un redondeo. Esa rotación circular o esférica, el tornar de ese re-torno sobre sí puede tomar ya sea la forma alternativa del por turno, de a cada cual su turno, turnándose”, DERRIDA, Jacques, Canallas. Dos ensayos sobre la razón, trad. Cristina de Peretti, 2005, p. 30.[13] Ibidem, p. 59.[14] “En cambio, por así decirlo, como revancha, quizá es porque los Estados Unidos viven en una cultura y de acuerdo con un derecho ampliamente democráticos, por lo que este país pudo abrirse y exponer su mayor vulnerabilidad a unos inmigrantes, por ejemplo a unos aprendices-pilotos, “terroristas” experimentados y, a su vez, suicidas, los cuales, antes de volver contra los demás pero también contra ellos mismos las bombas aéreas en las que se convirtieron y de lanzarlas abalanzándose contra las dos torres del WTC, se entrenaron en el territorio soberano de los Estados Unidos ante las barbas de la CIA y del FBI, quizá no sin cierto consentimiento auto-inmunitario de una Administración a la vez más o menos imprevisora de lo que se cree ante un acontecimiento presuntamente imprevisible y de gran magnitud. Los “terroristas” a veces son ciudadanos americanos, y los del 11 de septiembre lo fueron quizá para algunos; fueron, en todo caso, ayudados por ciudadanos americanos, robaron aviones americanos, volaron en aviones americanos, despegaron desde aeropuertos americanos”, ibidem.[15] Aquí Derrida sigue el libro de William Blum, funcionario del Departamento de Estado estadounidense, aparecido después del 11 de septiembre, titulado Rogue States (2001). En él se considera estados canallas al de Noriega en Panamá, el Irak de Sadam Hussein, Libia, Sudán, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, Irán -una lista sin fin-, a aquellos países que entendían, con la razón del más fuerte, que violaban una ley internacional a la que Estados Unidos no se acogía plenamente. Mientras, otros países potencialmente peligrosos como India nunca han sido considerados así., ibidem. p. 103.[16] Ibidem, p. 121.[17] BECKETT, Samuel, “Mal visto mal dicho”, Manchas en silencio, trad. Jenaro Talens y Juan V. Martínez Luciano, 1990, p.104.