En el bosque
el ser humano duerme
Ernst Jünger
De ilusiones por venir
En el
imaginario simbólico de José Luis Serzo aparece un componente que suele
vincularse a movimientos como el surrealismo o un cierto ilusionismo que no son
otra cosa que una estetización de la pintura, con relación a un espacio de
literatura, relato y ficción, como supo recrear el romanticismo de la
modernidad, ante la pesada realidad que ofrecía un cierto nihilismo apropiado a
la actualidad del presente. Este sentido de lo actual pudiera confundir ciertas
interpretaciones que llevarían a considerar que el arte permaneciera ajeno a
las situaciones críticas del momento, cuando parece que el único camino posible
para las artes quedara apostado en un simple mercado de las emociones o en su
sentido más puramente comercial, permaneciendo ajeno a lo que se narra en sus
pinturas, instalaciones y fenómenos escultóricos. Toda esta plétora magicista devuelta
ahora por Serzo viene a configurar una trayectoria donde bien podemos extraer
una quintaesencia que sirviera para considerar la pertinencia de su último
proyecto, titulado genéricamente Los
señores del bosque.
La relación
entre la pintura, la literatura y lo imaginario, en su busca de conexiones
espirituales o místicas, nos ha de conducir necesariamente a un espacio más
adecuado a lo poético que a la pura técnica artística, entendida únicamente en
su sentido más lato. En este sentido, Serzo ha optado por una emboscadura, una
voluntad por reordenar algunos elementos simbólicos en torno a un bosque
imaginario donde encontramos una figura central identificable con la influencia
del daimon. En esa preferencia por descubrir
el doble de los personajes que van confabulando una nueva historia narrada por
Blinky Rotred, puede concluirse también que habita, de una manera que puede
antojarse de algún modo irónica, una reconstrucción del universo propio donde
aparecen figuras que señalan hacia una divinidad extraña y presente, una suerte
de pesantez que esta vez puede comparecer de un modo atávico y triste.
Algún
sentido simbólico debe esconder su pintura. También, una convergencia entre la
construcción de un relato iniciado en sus primeras incursiones en el despliegue
de una ficción que trata de presentar una realidad imaginaria, simbólica y
alegórica, afectando directamente al sentido de la propia pintura, cuando sale
de las paredes para invocar la figura recurrente de un demonio que vigila y
trastoca el curso aparentemente natural de la construcción de ficciones. Este
paso de metáfora a metamorfosis, pasa claramente por un orden impuesto a una
naturaleza sombría y oscura, casi decadente, donde los humanos poseen aún el
grado altamente mágico y transparente capaz de desarrollar una naturaleza de
carácter teatral y espectral. Podríamos decir que se trata de un relato de la
realidad, pero elaborado con una apariencia de fábula, como si el centro de la
mitología propuesta por Serzo acumulara un orden paralelo en donde dispone una serie
de objetos simbólicos que parten del ingenio y de una ampliación del sentido,
plenamente inventado o conceptualizado en torno a una cuestión más amplia: ¿quién
gobierna el daimon del artista? ¿En
qué lugar se ubica este bosque simbólico, donde parece resonar una
correspondencia literaria e imaginaria que nos pueda hacer partícipes de la
experiencia del despliegue de la pintura?
El emboscado y la voz del autor
La imagen
hiperbólica del bosque nos insta a situarnos ante una serie de hechos que
hablan de una voz interior del propio artista. Una visión subjetiva de un mundo
que finaliza, entre la situación crítica global y el espacio del arte en la
sociedad. A pesar de que estos sean tiempos de emboscadura, cuando es cierto
que no se trata de adoptar la literalidad del asunto e irse a vivir a un bosque
en una suerte de Walden presentista, es necesario adoptar nuevas formas de
expresividad que hablen de la posibilidad de encontrar un ejemplo poético e
ilusionista, una propuesta que configure algunos elementos importantes en la
trayectoria de Serzo. En primer lugar, introduciendo una serie de personajes
que actúan en el imaginario del artista a modo de diferentes voces.
Esa misma
naturaleza simbólica y vivencial es otro de los ejes en los que se sustenta la
aportación de Serzo, lugar destinado a ser el espacio que propague sus
invenciones. Si se tratara de mera invención de mundos, estaríamos en un lugar
ciertamente oscurantista, pero, a pesar de que en sus inicios ya promulgara una
serie de historias o considerara el sistema
del arte como un espectáculo de su propio fin, sus instalaciones parecen haber
dado una corporeidad escénica a su relato continuo, bien en el orden de lo
literario o en la invención de una narratividad pictórica de algún modo
decadentista. Al final, si la estetización del mundo no deja de ser una
aproximación a un dandismo, abundan en su ideario algunas consideraciones
acerca de la cuestión de la representación, con relación a la situación del
artista como sujeto y como objeto, relatando lo que ocurre en esos límites
donde lo real y lo natural se reafirman en el espacio de lo imaginario. Y donde
siempre se pueda esperar que exista un testigo de todo lo que sucede, un
espectador esperado y avisado.
Precisamente,
aunar el carácter escenográfico y estructural del arte es algo propio del
emboscado que premeditadamente no pretende aislarse en un bosque que sea
únicamente tal. El enmascaramiento del autor es un tema importante en su
trayectoria. Un desdoblamiento que bien pudiera ser esa voz que parece
escucharse, cuando el daimon se
presenta ante el propio espectador. Entonces, aparece esa idea fantasmagórica donde
el bosque queda desubicado y donde sabemos que coincide lo literal con lo real,
lo imaginario y lo sobrenatural, lo interior y lo exterior, una fábula o relato
que finalmente no trata nada más que señalar que las artes pueden ser lugares
más hospitalarios y donde aún pueda resultar efectivo algún tipo de ingenio
útil, ya que sin bosque, estaríamos en lo inhóspito.
La figura del doble y el daimon
De alguna
manera, invocando a ciertas divinidades animales, Serzo muestra aspectos de la
realidad velados, a través de un conglomerado de teorías aparentemente oscuras
y alquímicas, donde se entremezclan la tradición neoplatónica y una
hermenéutica capaz de devolver su sentido a las propias imágenes del
subconsciente. Con todo, es parte de la ironía que transmiten sus dibujos,
pinturas, videos o instalaciones. Quizá la parte más teatral conduzca a
desarrollar la pintura en otros términos más vinculados a una memoria de la
intimidad, cuando lo propio fuera permanecer en la pared, pero a través de esta
emboscadura puede apreciarse que la voz del daimon
coincide con la del propio autor. Después del último espectáculo, Serzo ha
continuado con su exploración de la evocación, bien a través del contacto con
paisajes encontrados en la historia, o descubriendo su querencia a una
representación en el bosque de símbolos, donde sobresale un efectivo sentido de
la representación de la voz interior, a través de una animalización de lo
humano.
Este ingenio
bien puede considerarse como una forma del daimon.
El arquetipo, como figura simbólica de lenguaje, es una estructura diagramática
que oscila entre el conocimiento subconsciente e inconsciente de la realidad. Un
desdoblamiento que Serzo ha convertido en una especie de sosias narrativo de
los sucesos que ocurren en este bosque, a la manera de una voz de la conciencia
que unificara a los personajes que aparecen en su instalación. Entre las
intenciones de este daimon también
está comprender la pintura más allá del orden plano de lo figurativo o lo
abstracto, incidiendo en una zona mágica identificable con la influencia de la
filosofía natural y las doctrinas cósmicas tradicionales de carácter alquímico
y simbólico, junto a esa imagen de la representación, notablemente literaria,
entre el espejo y la lámpara. Una imagen del poder del ilusionismo que Serzo ha
ido desgranando de modo acentuado con la utilización de elementos simbólicos
como, por ejemplo, telones, sillas, árboles o islas, espacios proclives a
establecer nuevas herramientas que correspondan a la realidad y a la
imaginación de alguien dispuesto a seguir creyendo en las relaciones irónicas
entre la pasividad propia de las
acciones artísticas más vanguardistas y la asunción de presupuestos que
parezcan haber depreciado el valor de la pintura y el dibujo en su sentido más
clásico.
El espacio
del arte actual está también tratado en las diferentes series que Serzo ha
presentado camuflado en su alter ego.
Entonces, un proyecto más amplio parece subsistir bajo los episodios que van
dando forma a toda su mitología: construir un mundo más habitable desde
presupuestos imaginarios para la pintura y las artes. Contribuir a seguir
pensando que el conocimiento otorgado desde su práctica conduce a espacios
reales y efectivos. También, proponer un arte que proviene del ingenio y del
humor más inteligente. Es precisamente ese aspecto metafórico de la pintura
aquello que reclama una lectura simbólica del bosque, animado por unas figuras
que hablan de la situación del arte en la civilización postcapitalista. Esa
invención de escenas que configuran la mayor parte de las últimas exposiciones
y proyectos de Serzo, es probablemente el punto central donde aparece este
desdoblamiento donde los emboscados aún conservan el poder de descansar del naufragio
ante una sociedad actual en crisis.
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