Se
dice que las canciones se escriben, pero existe una música donde la
presencia de una escritura puede resultar un ejercicio más complejo.
Si una cierta abstracción muestra que la importancia del ritmo es
algo que comparten en un plano material los textos y la textura, la
trayectoria de Manta Ray puede considerarse cercana a esa confluencia
de ruido y negatividad, apostados en una música enigmática donde
aparecen tres características de su estilo: resistencia,
repetición y seriedad. Es notable comprobar que sus
trabajos busquen en otras disciplinas aparentemente distanciadas de
lo propiamente musical, por ejemplo, apostando por la actuación en
vivo, creando un lugar donde los temas se transforman en un campo de
negatividad y rechazo de cualquier fórmula que les conduzca a caer
en lo previsto. Una intensidad cercana a la acción directa donde sus
interpretaciones en directo devienen puertas que se abren, encerrando
al público que acude a sus conciertos en una suerte de espacio en
expansión.
Si
en sus composiciones se rechazan ambientes proclives a lo bailable,
la música de Manta Ray propicia una reflexión sobre el sentido de
la música postmoderna. Si en alguna ocasión quisieron definirse
como un grupo de postrock, en alusión a otra manera de
entender el sonido, nunca han tenido temor a experimentar con otros
agentes provocadores. Es el caso de la participación del artista
Ramón Isidoro en sus conciertos, a la hora de crear una iluminación
apropiada o sus extraordinarias colaboraciones con grupos con
intereses similares como Schwartz, Diabologum o en el caso del
encuentro finalmente literario con el poeta Javier Corcobado.
A
pesar de que en la música española existe una vertiente que no teme
a declararse de algún modo literaria, hay una suerte de influencias
filosóficas de corte oscuro y nihilista que pueden rastrearse a lo
largo de los trabajos de Manta Ray. Es el cansancio ante una música
demasiado popular (I'm bored with rock and roll), el paso en
los corredores y el ateísmo de aquellos que se sienten repudiados
por una divinidad que se atreven a mirar de frente (Mi Dios
mentira) En cualquier caso, después de una trayectoria donde se
han mantenido en la creación de un espacio propio, con una
independencia asombrosa, podemos destacar la importancia de sus
trabajos, escuchados ahora después de los años.
La
reunión de Manta Ray en Gijón, con motivo del 25 aniversario del
bar La Plaza, significa también que optar por una inteligente
apuesta musical no ha de quedar en el simple uso de una atmósfera
que se antoja opresiva y misteriosa. Esa superación ya ocurre en
composiciones iniciales como Tin Pan Alley o
Rexa, también en esa recreación textual propia del
blues reinterpretado que
aparece en todos sus trabajos, desde Manta Ray,
Score o Esperanza,
hasta Pequeñas puertas que se abren y pequeñas puertas
que se cierran o Torres
de electricidad. Hay que señalar
que en esta celebración podremos volver a comprobar el poder
hipnótico de una música destinada a llevarnos de nuevo hacia su
propia ausencia.
La
dedicación a crear una escritura que parta de la música señala que
es la ausencia propia de quien trata de alguna manera con la
recreación de una fantasmagoría. Es el aire frío y la presencia de
un espacio angosto donde se encierra una calma más precisa, aquello
que viene a definir la presencia de la música de Manta Ray vinculada
a una textura envolvente, venga de la ausencia apropiada a un texto
sin palabras o bien a través de la capacidad de evocación de un
nihilismo vinculado a estos tiempos actuales, donde queda la
esperanza de volver a estar encerrados en una vivencia próxima,
apartados en esa suerte de espacio de lo inhóspito al que convoca
esta nueva última oportunidad de escuchar lo que aún les queda por
decir: Todo el mundo contra la pared/ Todo el mundo quieto
y sin hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario