El paraíso es una representación ideal tanto del origen como del final del desarrollo de la actividad humana. Su nombre procede –como la propia palabra imperio- de un espacio acotado que trata de preservar de un peligro y de una pérdida. Es paraíso perdido porque nunca estuvimos en él. Si en un sentido geográfico ha estado inspirado en Mesopotamia y Persia o en la idea de un juicio final o a una salvación, lo cierto es que el paraíso admite lecturas diferentes, pero siempre bajo el auspicio de un peligro circundante, donde no sabemos si llegaremos de nuevo a volver a él. Un paraje mesopotámico y bélico que ahora se llama Irán, Irak o Afganistán. Como dicen en esos lugares, “hasta aquí el vergel, después el desierto de occidente”. También existen paraísos artificiales relacionados con el sueño imaginario del opio, pero en el caso de la serie de dibujos que ha realizado Pepe Medina corresponde a esa destrucción que bien pudiera referirse al estado autofágico y destructivo definitorio del capitalismo, sistema económico que bien pudiera estar en esa práctica legal que siempre bordea lo permitido y que, en consecuencia, tiene mecanismos que permiten que el dinero esté, como se dice, a buen recaudo, sin necesidad de explicar su proveniencia. El dinero oculto en el paraíso fiscal es un sueño propio del capitalismo. Es el lugar donde por la simple razón de no ser residente, podemos evitar el pago de impuestos. Y esto conlleva una extraña aporía: el paraíso está en el extranjero.
En el caso de Paraísos (2010), Pepe Medina proporciona una semiótica para interpretar y leer el estado de la realidad. En primer lugar, a través de una serie de acuarelas donde muestra importantes explosiones en un entorno tropical y veraniego. Un gran hongo quizás atómico que se eleva desde las plácidas playas, en una emergencia humeante que revela su propia destrucción, como una emblemática alegoría del presente. Por otra parte, los paraísos vienen anunciados en los medios de comunicación de masas. No en el sentido desastroso proveniente del tsunami, el terremoto o el incendio que tienen lugar en esos parajes turísticos, sino en un sistema oculto identificable con el flujo de capital y de lenguaje. Aparentemente los dibujos de Pepe Medina reciben su inspiración de la actualidad, pero en la unión de la hoja de periódico como noticia del presente y una suerte de suma emblemática representacional, comparece la actualidad como algo propio del pasado. Sabemos que, puestos en plan heideggeriano, el humo de las fábricas es lo natural y posiblemente, como empezó, el mundo está abocado a otro big-bang.
Pero estos dibujos llevan un anuncio abanderado de cierto corte escéptico, nihilista y destructor, carente de porvenir. En ese sentido, las acuarelas y dibujos de Pepe Medina mantienen una relación con su labor más periodística, pero desplegándose de una manera de algún modo tradicional en forma de dibujo. Se trata de conocer qué ha pasado, qué está ocurriendo y qué va a venir finalmente. Esa caducidad apropiada a lo que se encuentra en un crecimiento incesante es, en su caso, la descripción irónica del estado de la economía global. Una suma de explosiones controladas que probablemente sea una estrategia más para sumirnos en el accidente y en la observación de un desastre social relacionado con los intereses espurios del mercado. Son los ideogramas, casi jeroglíficos, presentados en estos dibujos irónicos a modo de lista elemental de aquello que caracteriza la carrera del armamento, el tiempo desquiciado por el acero y por el petróleo o el dominio bancario general. Una semiótica del paraíso que se transforma en un reconocimiento del periodo extraño en el que tratamos de convivir: una sintomatología. Fue Gilles Deleuze precisamente quien avisaba de la originalidad del capitalismo al no contar con ningún código, considerando la importancia de haber causado la ruina de todas las formaciones sociales: “La formación del capitalismo es el fenómeno más extraño de la historia mundial. Porque el capitalismo es, de cierta manera, la locura en estado puro y al mismo tiempo su contrario. Es la única formación social que supone, para aparecer, el derrumbamiento de todos los códigos precedentes” (Derrames entre el capitalismo y la esquizofrenia)
Pepe Medina muestra en Paraísos este utópico derrumbamiento explosivo del sistema. Porque a través de su código representacional habita, más que una intención provocadora o de carácter denunciante, una extraordinaria ironía entre la promesa de una vida feliz y la presencia de un desastre próximo. En esa codificación mediada por lo paradisíaco o, más incisivamente, por la exposición del derrumbamiento del ideal de perfección del mercado, aparecen los verdaderos lugares donde se esconde, resguarda y reparte el dinero, la plusvalía y el nuevo orden mundial. Un paraíso para los menos que lleva en sí una carga importante de peligro y destrucción que se enfrenta directamente a los propios intereses humanos. Un espacio legítimo para la evasión que también está condenado a una autodestrucción ficticia próxima.
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