25 enero 2010

ISIDORO VALCÁRCEL MEDINA





Se cuenta que en 1709 se organizó la última exposición en el claustro de la iglesia de la Santissima Annunziatta de Florencia. Se realizó una selección de 250 cuadros de la imponente colección del Príncipe de Toscana que debido a causas espaciales derivadas del tamaño del recinto y por causas temporales, sólo pudo contemplarse durante tres días. Estos límites espacio-temporales, cercados y circunscritos, son recuperados simbólicamente por Isidoro Valcárcel Medina para hablar de aquello que le vienen pidiendo desde hace tiempo instituciones criticadas por él como museos, centros de arte o galerías españolas: realizar una exposición antológica y retrospectiva de su trabajo. La institución elegida ha sido el Museo Nacional y Centro de Arte Reina Sofía y su título está vinculado a la celebración del III centenario de aquella última exposición: Otoño de 2009. Duró sólo tres días.

Isidoro Valcárcel Medina es uno de los artistas españoles más importantes de los últimos 50 años. Fue galardonado con el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2007. Su trayectoria ha estado marcada por una reivindicación de aquellas prácticas conceptuales que trataban de llevar hasta sus últimas consecuencias un cierto trato con la imposibilidad del arte. Un arte barato, inadvertido, político y profundo enfrentado a otras prácticas más preocupadas por no mostrar ningún posicionamiento crítico, dedicado a una materialidad identificable con el fetichismo de la pintura, la escultura, la literatura o la arquitectura, valorando a la obra de arte por su precio. El caso es que se dice que IVM no vende su obra y no hay ninguna colección que posea trabajo suyo alguno. ¿Qué razones han de sostener estas enigmáticas negativas de un autor consciente del carácter transitorio, efímero y mortal de las artes? ¿Acaso el hecho de que muchas de sus obras se hayan perdido o desaparecido? El hecho es que entre todas estas situaciones extrañas a un centro de arte sobresale la representación de la colección reescrita realizada este mismo año por la nueva dirección. Si entre los argumentos de la nueva disposición se invocaba a la figura de Aby Warburg partiendo de tópicos identificables con la mezcla de estilos y tiempos, IVM ha reivindicado de alguna manera también la disposición de aquellos paneles warburgianos donde se iban ordenando coincidencias estéticas y conceptuales concretas. En nombre de una sana iconoclasia, ha reconstruido por medio de planos las salas dedicadas a su colección marcando las medidas de cada obra de arte y su distancia entre ellas y el propio espacio expositivo. Un trabajo de delimitación, también circunstancial por su sentido irónico, que muestra el enclavamiento original de cada obra de arte coleccionada.

A esta exposición hay que añadir otras intervenciones, acciones y hechos que durante todo este otoño está realizando IVM en el MNCARS. Pueden señalarse, entre unas 25 circunstancias diferentes, las siguientes: una visita a los cuatro edificios del museo el día que cierra al público, su recreación personal de las audioguías usadas por los visitantes y la organización de una exposición con obras de los trabajadores del lugar que, a pesar de estar en un espacio público, nunca había sido vista por el espectador. También ha colocado carteles avisando del cuidado que hay que tener con la pintura, ha diseminado 9000 marcapáginas por multitud de libros de la biblioteca y ha prohibido que la institución pueda comprar obra alguna suya. En realidad, esta invitación al robo circunstancial de arte da qué pensar. Porque realmente IVM no avisa de sus acciones, ni pretende que el público pueda verla completamente. En sus declaraciones ha señalado la necesidad de no ofrecer fácil o dócilmente sus acciones, afirmando, por otra parte, la vinculación del arte con la ética en una suerte de aproximación realista a la actualidad en forma de deriva urbana. Así, IVM ha declarado irónicamente, “lo que quiero es caminar”.

Una idea del paseo alrededor de edificios cerrados, atravesando los parques y las calles en una acción propia del otoño, cuyo inicio tiene lugar en la puerta del museo durante varios días y que, después de un rodeo donde se pueden contemplar entre otras cosas una gran pancarta donde el autor pide que disculpen las molestias ocasionadas, donde no se sabe muy bien si se refiere a sí mismo o a Jean Nouvel, potenciando que podamos encontrar otras situaciones cotidianas que muestran los límites entre lo real y lo artístico. En el desarrollo de IVM sobresale el interés por utilizar materiales cotidianos que de repente cobran nueva significación al ser trasladados a lugares identificables como artísticos. Por ejemplo, en el caso de trabajos anteriores como No necesita título, donde IVM había reconstruido un salón con mesas dispuestas para ofrecer la comida que cada día recogía de distintos albergues de Madrid. También en el caso de la Oficina de Ideas que con motivo de una exposición en una galería de arte organizó. Una oficina típica donde IVM recibía a quien quisiera aportar alguna idea. Este tipo de acciones fuera de la performance clásica se enfrenta a aquellos discursos vigentes donde la importancia de lo artístico se revela en la materialidad pesada de un objeto, sin ofrecer una lectura más conceptual, simbólica e inteligente que aporte algo más que saber el precio o el nombre de quien lo perpetra. En ese sentido, IVM ha mantenido desde los años 60 un discurso ejemplar sobre aquello que representa y presenta el arte mediante un estilo propio, contando por otra parte, con la necesidad de un arte de vanguardia. En efecto, si su obra mantenía un cierto discurso constructivista, conceptual o simbólico, también es cierta una cierta dependencia con la escritura y la lectura. Realmente, lo que propone IVM son otros modos de lectura que disienten con lo establecido. Si el autor ha considerado el valor verosímil del arte en lugar de sus pretensiones de verdad, entonces sus proposiciones se han movido de una manera pasajera, transitable y transformadora, marcando también una separación entre lo que es imagen y negación en lo artístico.

Lo que sí es común al trabajo de IVM es el cuestionamiento de un arte institucional y el merodeo que con sus proyectos ha realizado a través de su participación en talleres de arte o en sus extrañas conferencias. ¿A qué considera arte institucional? A aquel que está vinculado al desarrollo de una acción en la ciudad, pero actuando como si no lo tuviera en cuenta. A aquel arte que permite actuar en público, pero limita su participación. A aquel arte que depende del tiempo, pero limita mediante horarios fijos. En definitiva, a aquel arte que se proclama novedoso y sigue repitiendo los mismos patrones. Por el contrario, IVM ha configurado una serie de acciones en el museo nacional español dedicado al arte contemporáneo decidido a ponernos en marcha. Esta identificación del paseo y lo artístico es más antigua de lo que pueda parecer. Realmente ese es el significado original de la escultura y su relación con lo que se eleva por medio de un pedestal. Una idea pedestre del arte que Georges Didi-Huberman recoge en su libro dedicado a la pintura encarnada, señalando cómo la cuestión varía notablemente al ligar lo estatuario con el pie y el paso de Gradiva. En este sentido, el merodeo propuesto por IVM alrededor de este museo deviene realidad de una ausencia fugaz, un arte compartido a través de una metafórica idea: devolver lo urbano al arte, constatando que el arte ha de ser una vuelta a la ciudad.

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